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La ciencia ya sabe cómo será el rostro humano del futuro

Hay una certeza. La cara que tenemos es el resultado de millones de años de evolución y todavía sigue cambiando.
VIERNES 07 DE SEPTIEMBRE DE 2018

Hay una certeza. La cara que tenemos es el resultado de millones de años de evolución y todavía sigue cambiando. “Se transformó de un rostro más intimidante, que era una ventaja para competir, a otro que era conveniente para llevarse bien con los semejantes”, cuenta Penny Spikins, arqueóloga paleolítica de la Universidad de York. Y eso nos convirtió, en términos faciales, en la especie más expresiva de la Tierra.La duda es cómo será en el futuro. Según expertos internacionales consultados por Viva, ya existen pistas para delinear ese enigma, conocer sus características sobresalientes y entender por qué ganará o perderá algunos de sus atributos en la mirada y en sus gestos.

Pero, ¿qué es la cara? El genetista Adam Wilkins, autor de Making Faces.The Evolutionary Origins of the Human Face, tiene una definición precisa: “Es la parte dirigida hacia adelante de la cabeza de un animal, con una boca y tres tipos de órganos para los sentidos de la visión, el olfato y el gusto. Que esté orientada hacia adelante significa que la cara se establece en la dirección de movimiento del animal. Es nuestra sede sensorial. ¿Por qué es como es? Tal vez porque dos ojos en asociación con la boca y la nariz es una tremenda ayuda para encontrar comida e ingerirla”.

Para Wilkins, el hecho de que nos resulte tan familiar (cualquiera que ve una cara sabe que eso es, sin dudas, una cara) no quiere decir que sea algo muy usual en la naturaleza. “Nuestros ojos están muy juntos y miran hacia adelante, los arcos dentales humanos son desproporcionadamente pequeños en relación con el resto del cuerpo: tenemos dientes más chicos. Es decir, las características físicas de nuestra cara son inusuales”, dice Wilkins. Y arriesga una conclusión: “En términos faciales, somos el animal más expresivo de la Tierra, capaces de recrear alrededor de 50 gestos. Eso ocurre porque tenemos un conjunto completo de músculos, los miméticos, que sólo se encuentran en los mamíferos. Por eso, otros vertebrados (un caballo o un perro) no son expresivos facialmente: carecen de la capacidad total de mover su piel sobre sus caras”.

Al igual que en el viejo dilema del huevo o la gallina, no se sabe con exactitud si somos expresivos porque tenemos un cerebro que nos permite serlo o, por causa de nuestra expresividad, nuestro cerebro se fue equipando mejor. “Uno de los grandes cambios de la cara está asociado al tamaño del cerebro y relacionado con la evolución del propio cerebro, que permitió que tengamos más posibilidades expresivas, básicamente porque somos seres sociales y cooperativos y necesitamos esas características”, describe el genetista Wilkins.

La historia continúa. “Por supuesto que seguimos evolucionando y cambiando –asegura David Perrett, investigador de la Universidad de Saint Andrews y autor del libro In Your Face: The New Science of Human Attraction–. La dieta está modificándose todo el tiempo y esto también cambia la forma de la cara.” Para entender a Perrett y al resto de los científicos que estudian cómo fuimos cambiando a lo largo de millones de años, hay que repasar algunos conceptos sobre evolución. La teoría de Darwin postula, a grandes rasgos, que todas las especies descienden de un ancestro común. Y que, a medida que ocurren mutaciones al azar en el código genético de un organismo, las que son beneficiosas son preservadas porque ayudan a que la especie sobreviva. Ese proceso se conoce como selección natural.

“Nuestras caras han cambiado bastante desde el ancestro común que compartimos con los chimpancés hace unos 6 a 7 millones de años. Los principales cambios incluyen una cresta de la frente reducida, frente aplanada, bozal y mentón menos pronunciados”, comenta Scott Solomon, profesor del Departamemento de Biociencias de la Universidad de Rice, en Texas, y autor de Futuros humanos: en la ciencia de nuestra continua evolución.

Nuestros antepasados más antiguos (Ver ilustraciones) eran todo lo opuesto de esa descripción: frente pronunciada, bozal prominente y mentón poderoso.


Para ubicar a esos antecesores de los humanos y a los humanos modernos en la historia del planeta hay que viajar en el tiempo. Nuestro mundo tiene 4.500 millones de años. La vida apareció hace 3.800 millones de años. Y el humano actual, el Homo sapiens, hace apenas 200 mil años. Algo ocurrió entre los 100 mil a 50 mil: una serie de factores que aún se debaten hizo que ese sapiens se transformara en la especie creativa que hoy es capaz de pensarse a sí misma. Y desde hace 45 mil años, somos la única especie sobreviviente de una extensa historia evolutiva.

Cuando Solomon habla de “cambios hace 6 a 7 millones años” se refiere a que todo arrancó en esa época, con la aparición de nuestro ancestro más antiguo. Ese antepasado tenía los párpados como viseras y unas facciones que no permitían distinguir una cara de ejemplar macho o hembra.

¿Desde cuándo exactamente la cara empezó a cambiar hasta llegar a la actual? “La forma básica del rostro humano surgió hace unos dos millones de años y los cambios, desde entonces, acentuaron que se acorten las facciones gradualmente”, puntualiza Erik Trinkaus, profesor del Departamento de Antropología de la Universidad de Washington.

Por siempre joven. “Si nuestro cráneo continúa evolucionando, lo previsible sería que continuase con esa juvenilización en las proporciones craneales, lo que llevaría a una cara más reducida, con órbitas oculares proporcionalmente mayores, un mentón de menores dimensiones y una bóveda craneal más globular y desarrollada. Eso sería lo esperable si continúa un proceso que se conoce como neotenia, que quiere decir alcanzar el estado adulto reteniendo características juveniles”, explica Paul Palmqvist, catedrático de Paleontología del Departamento de Ecología y Geología, de la Universidad de Málaga.

Para hacer estas afirmaciones, los científicos se basan en evidencias actuales: “Hay datos que sugieren que este proceso evolutivo sigue en marcha. Así, la proporción de individuos que ya no forman la muela de juicio (terceros molares, las últimas piezas en aparecer en la dentición permanente) parece haber ido aumentando desde el origen de nuestra especie en el Pleistoceno superior, hace entre 250.000 y 160.000 años, e igualmente la falta de espacio para esta pieza, por reducción de la mandíbula. Eso hace que, al erupcionar esta muela, desplace a los dientes anteriores”, cuenta Palmqvist.

El experto especula que “para que continúe una evolución del rostro en el sentido que hablamos (neurocráneos más desarrollados y caras más pequeñas) sería necesario un cambio en la pelvis femenina, cuyo canal de parto es ya demasiado angosto (de ahí que nuestros bebés nazcan prematuros, debiendo madurar postnatalmente, lo cual impone sus límites: no puede nacer un niño tan prematuro que no tenga capacidad para la digestión o la respiración autónoma)”.

¿Y por qué evoluciona la cara? “Diría que en un mundo tan superpoblado, con millones de seres humanos viviendo en espacios reducidos, ciudades, la cara sigue y seguirá jugando un papel clave en nuestras vidas. Por lo tanto, continúa su evolución. Desde un punto de vista esquelético, posiblemente la reducción de la mandíbula seguirá sucediendo, como desde hace dos millones de años. Eso cambiará el aspecto, en unos más y en otros menos, lo que contribuirá a una mayor variabilidad entre los humanos y, de ese modo, a más posibilidades de individualización”, cuenta Antonio Rosas, profesor e investigador del Departamento de Paleobiología del Museo Natural de Ciencias del CSIC, de Madrid.

Coincide el genetista Wilkins: “Parece que realmente hay una selección para que tengamos caras diferentes, de modo que podamos reconocernos rápidamente. Y esto sólo tiene sentido en términos de diferencias faciales, promoviendo interacciones que, en última instancia, son útiles”.

El investigador argentino Esteban Hasson, autor de Evolución y Selección natural (Editorial Eudeba), suma datos para entender por qué tenemos la cara que tenemos. Explica que “la variación del rostro humano está bajo un tipo de selección natural que se conoce como equilibradora, que de alguna manera premia la variación. Dos autores, Sheeham y Nachman, demostraron que los rasgos faciales evolucionaron como una seña de identidad individual bajo un tipo de selección en la que la ventaja reside en ser raro. Es decir que si un tipo particular de característica facial es rara, tiene ventaja adaptativa y a medida que su frecuencia aumenta en la población, esa ventaja disminuye. Este tipo de selección favorece la diversidad”.

Huella digital. 

Los teléfonos inteligentes, los organismos de seguridad de algunos países y hasta empresas que recopilan datos para mejorar su marketing, están en plan de usar esa característica única que tiene la cara: la de ser irrepetible. Usan la técnica de reconocimiento facial a través de algoritmos que buscan coincidencias.

Para la ciencia, se basan en la amplia diversidad que tienen los rostros: “Las caras son más morfológicamente diversas que cualquier otra parte de nuestro cuerpo. Hay una selección para que tengamos caras diferentes, de modo que podamos reconocernos rápidamente, cuenta el genetista Wilkins.

Perrett señala que no entiende por qué se puso de moda el reconocimiento facial. De lo que está seguro es que “en comparación con nuestros antepasados, los rostros humanos se han vuelto menos sexualmente dismórficos (menos diferenciación entre hombre y mujer) y más femeninos. La feminización en los rostros y la sonrisa se interpretan como señales de cooperación y confiabilidad. Y dado que eso da beneficios, esta tendencia podría continuar”.

Huella de identidad, centro sensorial, marca registrada. Las caras tienen un peso cada vez mayor. “Se han invertido millones de años de evolución para que los rostros actuales sean excelentes instrumentos para comunicar pensamientos y sentimientos. Por eso creo que hay que aprovecharlo y si queremos comunicar algo importante o complejo, lo hagamos cara a cara, no por correo electrónico”, reflexiona Wilkins. 

Fuente: Contexto Tucumán


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