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Piden que sea respetada la actividad de los bioquímicos en la pandemia

El docente e investigador de la FCM-UNL, Juan Carlos Alby, señaló que el bioquímico “siempre fue un personaje anónimo en la ciencia de la salud”. Agregó que “una de las formas de reconocer a los bioquímicos es respetar sus incumbencias”.
LUNES 27 DE ABRIL DE 2020

El doctor en Filosofía y docente de la UNL, Juan Carlos Alby, pidió que la actividad del  bioquímico sea reconocida y respetada, en el marco del trabajo del personal de salud por el Coronavirus.

“Una de las formas de reconocer a los bioquímicos es respetar sus incumbencias. Entender a la bioquímica es comprender que debemos conocer la biología molecular, entre otras cuestiones” sostuvo Alby en diálogo con “Primera Mañana”.

Alby también escribió una carta, titulada “Elogio del bioquímico”, donde destaca el labor de estos prfesiones y el desconocimiento que hay sobre su importancia. “Desde la creación de la carrera de bioquímico se tomó la profesión como un auxiliar de la profesión médica. Sin embargo el bioquímico se adentra a lo más profundo del ser humano ya que trabaja con sus heces, su orina, la sangre” añadió.

Agregó también que “el bioquímico fue siempre un personaje anónimo en la ciencia de la salud. Parece que el reconocimiento se hace sólo intramuros de la salud”.

“Elogio del bioquímico” por Juan Carlos Alby
 
En la emotiva reacción popular que se expresó en aplausos desde los balcones nocturnos que asomaban a las calles solitarias, recibieron sus merecidos honores los médicos, enfermeros, farmacéuticos, personal de salud —término genérico y por demás inespecífico— así como también policías y recolectores de residuos. El gran ausente en este panegírico social fue el bioquímico. No sólo aquí, sino también en las breves filmaciones que circularon como elementos de motivación para el pueblo abatido por la implacable amenaza.

¿Qué significa ser bioquímico? No escribo aquí como bioquímico, no porque no lo sea, sino porque no tengo derecho a hacerlo debido a que hace años abandoné este trabajo en su aspecto analítico clínico para abarcar otros horizontes de la disciplina.

Desde sus orígenes, la profesión bioquímica fue subestimada, al menos en nuestra provincia. Hubo que esperar hasta el 8 de abril de 1970 para que se consolide un proceso de reconocimiento que demoró alrededor de sesenta años, con la creación de la Facultad de Ciencias Bioquímicas en la Universidad de Rosario, que transformaba en facultad la hasta entonces Escuela de Bioquímica y Farmacia. En su documento fundacional, se define el campo profesional del Bioquímico como el de alguien que “está llamado a realizar investigaciones en toda acción físico química, vinculada a los fenómenos vitales desde los procedimientos celulares hasta los más complejos de los organismos superiores”. Y termina diciendo: “Profesionalmente, de acuerdo con los preceptos modernos de la Medicina, el Bioquímico es uno de los colaboradores indispensables del Médico, lo que se traduce en cada momento en la interrelación que exige del primero la suficiente capacitación para orientar al facultativo dentro del campo físico químico”. Como puede apreciarse, la reducción del Bioquímico a la figura de un mero colaborador u orientador del Médico es innata al origen de la carrera, con lo cual se aparta a la Bioquímica del estatuto epistemológico de autonomía del que gozan las demás ciencias. Así como la peste desnuda las almas, según decía Albert Camus, también pone al descubierto los estereotipos y representaciones sociales, en los cuales los bioquímicos son personajes anónimos en la vanguardia de la salud pública. Colaboradores, orientadores, paramédicos. Las políticas públicas responden de acuerdo a los estereotipos vigentes, y la postergación del reconocimiento de estos profesionales de la salud por parte de las instituciones se inscribe en la ignorancia colectiva del valor del Bioquímico. Desde el momento de su graduación, por menoscabo o descuido se lo excluye de uno de los juramentos más nobles que puede pronunciar un ser humano con vocación por la salud, el de Hipócrates, reservado sólo al Olimpo de los médicos. Pero también, como a estos, les caben a los bioquímicos las mismas responsabilidades bioéticas previstas para todo protocolo de investigación que involucre intervención en seres humanos, de acuerdo con el aúreo principio hipocrático de primum non nocere, “lo primero es no dañar”. Las mismas obligaciones e idénticos riesgos, pero nunca los mismos honores. Entre los muchos méritos de los bioquímicos que se desconocen, se cuenta la enorme preparación científica y técnica que abarca desde las complejidades inextricables de la biología molecular a la sofisticada ingeniería de los equipos de tecnología analítica digital. Su constante exposición a muestras biológicas de alto riesgo y su resolución rápida ante el imperativo de la urgencia, muchas veces transcurre en la soledad del laboratorio de un hospital o de un centro de salud alejado de las grandes urbes, con recursos mínimos y al amparo de su constante inventiva. Patologías como la diabetes, se diagnostican por un resultado de laboratorio de análisis clínicos.

Alguien dijo alguna vez que el Médico es el más feliz entre todos los hombres, porque a sus éxitos los celebra el mundo entero mientras que a sus errores los tapa la tierra. Del Bioquímico se ha llegado a decir, en la supina ignorancia que suele tomar la parte por el todo, que es un personaje extraño debido a una supuesta vocación por la sangre, las secreciones, orinas y heces humanas, además de otros comentarios peyorativos. Son incapaces de entender que no existe tal llamado a un apego a lo más vergonzoso de nuestra condición humana, sino a algo que lo trasciende por completo, como lo es el amor al hombre y la ciencia, que le exige exponerse a tales sacrificios y a la burla abyecta por realizar semejantes tareas.

Los diarios de todo el mundo que comunican las cifras de los muertos en la pandemia, son muy rigurosos en el número de los médicos y enfermeras contagiados y fallecidos durante el ejercicio de sus profesiones, mientras que jamás, hasta ahora, nos hemos enterado de cuántos bioquímicos han caído por estar en la línea de fuego. No tienen nombres ni rostros, ni siquiera un número.

Tal vez, entre las muchas cosas que esta pandemia nos enseña, una vez que la muerte y la devastación se hayan retirado, se despierte en la conciencia colectiva la importancia del bioquímico y junto a la apoteosis del médico, alguien le dedique algún aplauso desde un elevado balcón el día tan esperado en que volvamos a abrir la puerta.

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