El escrito se titula ¿QUIÉN PODRÁ SEPARARNOS DEL AMOR DE CRISTO? (Romanos 8,35) y el texto completo es el siguiente:
Ante la pandemia que estamos viviendo surgen, naturalmente, sentimientos de impotencia, ansiedad e incluso miedo. Pero más allá de lo que sentimos, la realidad nos muestra que este momento de nuestra historia es una oportunidad única para replantearnos nuestros modos de vida, reaprender formas de comportamiento, cuidar integralmente la salud, valorizar nuestra relación con la naturaleza, con la familia, con la sociedad. Es ocasión para encontrarnos de frente, sin las evasivas de la prisa diaria, con estas preguntas existenciales que contienen las realidades más profundas de nuestra naturaleza humana: la muerte, los límites, las relaciones con los demás, el encuentro, la trascendencia, el sentido de la vida, el deseo de felicidad. En última instancia nos ponen frente a nuestra condición de creaturas, frágiles y vulnerables, al mismo tiempo que valiosas y únicas. Nos ponen frente a Dios.
Como en la tarde de la pascua, cuando salió al encuentro de los discípulos desanimados (Lc. 24, 13), hoy también Jesús se hace presente junto a nosotros para compartir nuestras tristezas, y a la vez animarnos a tener otra mirada sobre las cosas que nos suceden, descubrir nuevos caminos, remover tantas “piedras” que cierran nuevas oportunidades de vida.
Jesús nos abre los ojos y nos hace “arder el corazón” para que nos relacionemos con nuestros hermanos desde la solidaridad y la comunión, la esperanza y la alegría, la ayuda y el servicio a todos, especialmente a los más necesitados, abandonados y marginados. El desafío inmediato de este tiempo es vencer el miedo con la creatividad de la caridad, imaginando nuevas formas de estar, de servir, de acompañar.
Todas nuestras dificultades encuentran en Jesús su respuesta definitiva. Él jamás toma distancia de nuestra vida. Nada puede separarnos de su amor. Su Misericordia no se detiene. Él es nuestra Esperanza.
Hoy estamos sostenidos por muchos que demuestran paciencia e infunden confianza, que saben generar corresponsabilidad, “personas comunes –corrientemente olvidadas– pero que están escribiendo los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo” (Francisco). Ellos actualizan el misterio pascual en ambientes cotidianos; se identifican con la pasión, muerte y resurrección de Jesús; “lavan los pies” de los enfermos, están al pie de la cruz de los que sufren; son signos de la resurrección con su testimonio de esperanza cuando arriesgan su vida para que otros vivan mejor. Saben que solos nos hundimos. Enseñan con su vida que todos nos necesitamos.
El corazón de la Iglesia sigue latiendo en cada Eucaristía, celebrada en soledad por nuestros sacerdotes, en cada gesto pequeño y cotidiano de amor que, desafiando la presente crisis, transforman en miles de formas distintas el servicio y rezan por el bien de todos. Son el testimonio vivo de que en Cristo hemos sido sanados y abrazados. Ya nadie ni nada puede separarnos de su amor redentor.
Nuestra Señora de Guadalupe ampare y consuele a los más golpeados por esta crisis y nos permita salir de esta adversidad fortalecidos en la fe, la esperanza y el amor.
Santa Fe de la Vera Cruz, Semana Santa 2020.-
SERGIO ALFREDO FENOY junto a los sacerdotes, diáconos, consagrados, y todo el pueblo de Dios de la Arquidiócesis de Santa Fe de la Vera Cruz