El prestigioso cardiocirujano René Favaloro se suicidaba un día como hoy 29 de julio, hace 20 años, al dispararse en el corazón, agobiado por la crisis que atravesaba su fundación y decepcionado ante la falta de respuestas por parte de las autoridades y de los empresarios.
El 28 de julio de 2000, un día antes de su muerte, Favaloro le envió una carta al entonces presidente Fernando de la Rúa en la que le pedía ayuda para obtener fondos de salvataje por la crítica situación financiera de su fundación.
Según confió después el propio De la Rúa, el cardiocirujano concluyó la misiva con una frase lapidaria: "Estoy desesperado". "La carta llegó el viernes y me enteré ayer (lunes)”, confesó De la Rúa ante las cámaras de América TV. “Él me pedía si podía interceder ante empresarios para obtener una donación de seis millones de pesos", dijo el entonces primer mandatario.
Entre otras dificultades, la Fundación reclamaba cerca de dos millones de pesos/dólares adeudados por el PAMI, el organismo previsional entonces encabezado por Horacio Rodríguez Larreta, actualmente jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
En otra de las siete cartas que dejó antes de quitarse la vida, a los 77 años, Favaloro condenó la corrupción de médicos, sindicalistas y prestadores.
“Valga un solo ejemplo: el PAMI tiene una vieja deuda con nosotros (creo desde el año 94 o 95) de 1.900.000 pesos; la hubiéramos cobrado en 48 horas si hubiéramos aceptado los retornos que se nos pedían (como es lógico no a mí directamente)”, explicaba.
Sin embargo, Rodríguez Larreta, entonces interventor del PAMI, aseguraba que “no tenía una deuda verificada con la Fundación”, y los únicos incumplimientos que existían “eran unas facturas vencidas correspondientes a los años 1993 y 1995, que no figuraban en los libros contables de la obra social”.
“Estoy pasando uno de los momentos más difíciles de mi vida, la fundación tiene graves problemas financieros. En este último tiempo me he transformado en un mendigo. Mi tarea es llamar, llamar y golpear puertas para recaudar algún dinero que nos permita seguir”, escribió Favaloro en una de las cartas que dejó a modo de despedida.
Biografía
Nacido el 12 de julio de 1923 en el barrio “El Mondongo” de La Plata, e hijo de un carpintero –Manuel— y de una modista –Ida Raffaelli--, Favaloro ingresó a la Facultad de Medicina de Universidad Nacional de La Plata a fines de los años 30.
Realizó su residencia en el Hospital Policlínico de la capital bonaerense, donde vivió durante dos años de forma muy austera entre los pacientes que atendía, hasta que se recibió en 1949.
A poco de graduarse, le llegó una carta de un tío, quien vivía en la localidad de Jancito Aráuz, en la zona desértica de La Pampa, en la cual le contaba que en se pueblo de 3500 habitantes se necesitaban médicos.
Junto con su hermano Juan José puso en marcha un centro asistencial y logró reducir la mortalidad infantil en la zona, al igual que las infecciones en los partos y la desnutrición, todo gracias a campañas de difusión sanitarias que realizaba con la ayuda de las Iglesias, las escuelas y las instituciones intermedias.
En ese entones, Favaloro volvía una vez por año a La Plata, donde además de presenciar algún partido de Gimnasia, el club de sus amores, aprovechaba sus visitas para ponerse al día en materia de conocimientos médicos.
La cirugía toráxica era uno de los temas que más le interesaban, y lo entusiasmaba la idea de viajar a Estados Unidos con el propósito de nutrirse de los últimos avances en materia de intervenciones cardíacas.
Tras 12 años como médico rural, se traslada a Cleveland, y tras trabajar en el tratamiento de las afecciones vasculares comienza a interesarse, en 1967, por la utilización de la vena safena en las intervenciones coronarias.
La estandarización de esa técnica sería conocida como bypass, y sus especificidades serían publicadas en 1970 en revistas especializadas de los Estados Unidos.
En 1971, Favaloro retorna al país con el deseo de crear una clínica de alta complejidad similar a los centros asistenciales en los que había trabajado en el exterior.
Cuatro años más tarde nace la Fundación Favaloro, donde se formaron más de 450 residentes provenientes de las provincias argentinas y de los países de Latinoamérica.
En 1980, creo el laboratorio de Investigación Básica, dependiente del área de formación de la Fundación, y sobre la base de esta experiencia se creó en 1998, la Universidad Favaloro.
La Fundación atendía afecciones que iban más allá de lo cardivosaculares, y recibía pacientes que eran derivados desde diversas obras sociales.
En 2000, ese emprendimiento médico de excelencia que había creado ese doctor formado en el campo y nacido en los barrios más postergados de su ciudad, acarreaba una deuda de 18 millones de dólares.
El 29 de julio de ese año, se encerró en el baño de su casa y se pegó un tiro en el corazón, hundido en una profunda depresión y “cansado de luchar y galopar contra el viento, como decía Don Ata (en referencia a Atahualpa Yupanqui)”, decía en una de las siete cartas en las que intentaba explicar su decisión.
La carta completa de René Favaloro
A mis queridos familiares y amigos:
Si se lee mi carta de renuncia a la Cleveland Clinic, está claro que mi regreso a la Argentina (después de haber alcanzado un lugar destacado en la cirugía cardiovascular) se debió a mi eterno compromiso con mi Patria. Nunca perdí mis raíces. Volví para trabajar en docencia, investigación y asistencia médica. La primera etapa en el Sanatorio Güemes demostró que inmediatamente organizamos la residencia en cardiología y cirugía cardiovascular, además de cursos de posgrado a todos los niveles.
Le dimos importancia también a la investigación clínica en donde participaron la mayoría de los miembros de nuestro grupo. En lo asistencial exigimos de entrada un número de camas para los indigentes. Así, cientos de pacientes fueron operados sin cargo alguno. La mayoría de nuestros pacientes provenían de las obras sociales. El sanatorio tenía contrato con las más importantes de aquel entonces.
La relación con el sanatorio fue muy clara: los honorarios, provinieran de donde provinieran, eran de nosotros; la internación, del sanatorio (sin duda la mayor tajada). Nosotros con los honorarios pagamos las residencias y las secretarias y nuestras entradas se distribuían entre los médicos proporcionalmente.
Nunca permití que se tocara un solo peso de los que no nos correspondían. A pesar de que los directores aseguraban que no había retornos, yo conocía que sí los había. De vez en cuando, a pedido de su director, saludaba a los sindicalistas de turno, que agradecían nuestro trabajo. Este era nuestro único contacto.
A mediados de la década de 1970, comenzamos a organizar la Fundación. Primero con la ayuda de la SDDRA, creamos el departamento de investigación básica que tanta satisfacción nos ha dado y luego la construcción del Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular. Cuando entró en funciones, redacté los diez mandamientos que debían sostenerse a rajatabla, basados en el lineamiento ético que siempre me ha acompañado.
La calidad de nuestro trabajo, basado en la tecnología incorporada más la tarea de los profesionales seleccionados hizo que no nos faltara trabajo, pero debimos luchar continuamente con la corrupción imperante en la medicina (parte de la tremenda corrupción que ha contaminado a nuestro país en todos los niveles sin límites de ninguna naturaleza).
Nos hemos negado sistemáticamente a quebrar los lineamientos éticos, como consecuencia, jamás dimos un solo peso de retorno. Así, obras sociales de envergadura no mandaron ni mandan sus pacientes al Instituto.
¡Lo que tendría que narrar de las innumerables entrevistas con los sindicalistas de turno! Manga de corruptos que viven a costa de los obreros y coimean fundamentalmente con el dinero de las obras sociales que corresponde a la atención médica.
Lo mismo ocurre con el PAMI. Esto lo pueden certificar los médicos de mi país que para sobrevivir deben aceptar participar del sistema implementado a lo largo y ancho de todo el país. Valga un solo ejemplo: el PAMI tiene una vieja deuda con nosotros (creo desde el año 94 o 95) de 1 900 000 pesos; la hubiéramos cobrado en 48 horas si hubiéramos aceptado los retornos que se nos pedían (como es lógico no a mí directamente).
Si hubiéramos aceptado las condiciones imperantes por la corrupción del sistema (que se ha ido incrementando en estos últimos años) deberíamos tener cien camas más. No daríamos abasto para atender toda la demanda.
El que quiera negar que todo esto es cierto que acepte que rija en la Argentina el principio fundamental de la libre elección del médico, que terminaría con los acomodados de turno. Lo mismo ocurre con los pacientes privados (incluyendo los de la medicina prepaga) el médico que envía a estos pacientes por el famoso ana-ana, sabe, espera, recibir una jugosa participación del cirujano.
¡Hace muchísimos años debo escuchar aquello de que Favaloro no opera más! ¿De dónde proviene este infundio? Muy simple: el paciente es estudiado. Conclusión, su cardiólogo le dice que debe ser operado. El paciente acepta y expresa sus deseos de que yo lo opere. “Pero ¿cómo?, ¿usted no sabe que Favaloro no opera hace tiempo?”. “Yo le voy a recomendar un cirujano de real valor, no se preocupe”. ¡El cirujano “de real valor” además de su capacidad profesional retornará al cardiólogo mandante un 50% de los honorarios!
Varios de esos pacientes han venido a mi consulta no obstante las “indicaciones” de su cardiólogo. “Doctor, ¿usted sigue operando?”, y una vez más debo explicar que sí, que lo sigo haciendo con el mismo entusiasmo y responsabilidad de siempre. Muchos de estos cardiólogos son de prestigio nacional e internacional. Concurren a los Congresos del American College o de la American Heart y entonces sí, allí me brindan toda clase de felicitaciones y abrazos cada vez que debo exponer alguna “lecture” de significación. Así ocurrió cuando la de Paul D. White lecture en Dallas, decenas de cardiólogos argentinos me abrazaron, algunos con lágrimas en los ojos. Pero aquí, vuelven a insertarse en el “sistema” y el dinero es lo que más les interesa.
La corrupción ha alcanzado niveles que nunca pensé presenciar. Instituciones de prestigio como el Instituto Cardiovascular Buenos Aires, con excelentes profesionales médicos, envían empleados bien entrenados que visitan a los médicos cardiólogos en sus consultorios. Allí les explican en detalle los mecanismos del retorno y los porcentajes que recibirán no solamente por la cirugía, los métodos de diagnóstico no invasivo (Holter echo, cámara y etc., etc.), los cateterismos, las angioplastias, etc. etc., están incluidos.
No es la única institución. Médicos de la Fundación me han mostrado las hojas que les dejan con todo muy bien explicado. ¡Llegado el caso, una vez el paciente operado, el mismo personal entrenado visitará nuevamente al cardiólogo, explicará en detalle “la operación económica” y entregará el sobre correspondiente!
La situación actual de la Fundación es desesperante, millones de pesos a cobrar de tarea realizada, incluyendo pacientes de alto riesgo que no podemos rechazar. Es fácil decir “no hay camas disponibles”.
Nuestro juramento médico lo impide.
Estos pacientes demandan un alto costo raramente reconocido por las obras sociales. A ello se agregan deudas por todos lados, las que corresponden a la construcción y equipamiento del ICyCC, los proveedores, la DGI, los bancos, los médicos con atrasos de varios meses. Todos nuestros proyectos tambalean y cada vez más todo se complica ana-ana.
En Estados Unidos, las grandes instituciones médicas, pueden realizar su tarea asistencial, la docencia y la investigación por las donaciones que reciben.
¡Las cinco facultades médicas más trascendentes reciben más de 100 millones de dólares cada una! Aquí, ni soñando.
Realicé gestiones en el BID que nos ayudó en la etapa inicial y luego publicitó en varias de sus publicaciones a nuestro instituto como uno de sus logros. Envié cuatro cartas a Enrique Iglesias, solicitando ayuda (¡tiran tanto dinero por la borda en esta Latinoamérica!), todavía estoy esperando alguna respuesta. Maneja miles de millones de dólares, pero para una institución que ha entrenado centenares de médicos desparramados por nuestro país y toda Latinoamérica, no hay respuesta.
¿Cómo se mide el valor social de nuestra tarea docente?
Es indudable que ser honesto, en esta sociedad corrupta tiene su precio. A la corta o a la larga te lo hacen pagar.
La mayoría del tiempo me siento solo. En aquella carta de renuncia a la C. Clinic, le decía al Dr. Effler que sabía de antemano que iba a tener que luchar y le recordaba que Don Quijote era español. Sin duda la lucha ha sido muy desigual.
El proyecto de la Fundación tambalea y empieza a resquebrajarse.
Hemos tenido varias reuniones, mis colaboradores más cercanos, algunos de ellos compañeros de lucha desde nuestro recordado Colegio Nacional de La Plata, me aconsejan que para salvar a la Fundación debemos incorporarnos al “sistema”.
Sí al retorno, sí al ana-ana.
“Pondremos gente a organizar todo”. Hay “especialistas” que saben cómo hacerlo. “Debés dar un paso al costado. Aclararemos que vos no sabés nada, que no estás enterado”.
“Debés comprenderlo si querés salvar a la Fundación”.
¡Quién va a creer que yo no estoy enterado!
En este momento y a esta edad terminar con los principios éticos que recibí de mis padres, mis maestros y profesores me resulta extremadamente difícil. No puedo cambiar, prefiero desaparecer.
Joaquín V. González escribió la lección de optimismo que se nos entregaba al recibirnos: “A mí no me ha derrotado nadie”. Yo no puedo decir lo mismo. A mí me ha derrotado esta sociedad corrupta que todo lo controla.
Estoy cansado de recibir homenajes y elogios al nivel internacional. Hace pocos días fui incluido en el grupo selecto de las leyendas del milenio en cirugía cardiovascular. El año pasado debí participar en varios países desde Suecia a la India escuchando siempre lo mismo. “¡La leyenda, la leyenda!”.
Quizá el pecado capital que he cometido, aquí en mi país, fue expresar siempre en voz alta mis sentimientos, mis críticas, insisto, en esta sociedad del privilegio, donde unos pocos gozan hasta el hartazgo, mientras la mayoría vive en la miseria y la desesperación. Todo esto no se perdona, por el contrario, se castiga.
Me consuela el haber atendido a mis pacientes sin distinción de ninguna naturaleza. Mis colaboradores saben de mi inclinación por los pobres, que viene de mis lejanos años en Jacinto Arauz. Estoy cansado de luchar y luchar, galopando contra el viento como decía Don Ata.
No puedo cambiar.
No ha sido una decisión fácil pero sí meditada.
No se hable de debilidad o valentía.
El cirujano vive con la muerte, es su compañera inseparable, con ella me voy de la mano. Solo espero no se haga de este acto una comedia. Al periodismo le pido que tenga un poco de piedad. Estoy tranquilo.
Alguna vez en un acto académico en USA se me presentó como a un hombre bueno que sigue siendo un médico rural. Perdónenme, pero creo, es cierto. Espero que me recuerden así.
En estos días he mandado cartas desesperadas a entidades nacionales, provinciales, empresarios, sin recibir respuesta.
En la Fundación ha comenzado a actuar un comité de crisis con asesoramiento externo. Ayer empezaron a producirse las primeras cesantías. Algunos, pocos, han sido colaboradores fieles y dedicados. El lunes no podría dar la cara.
A mi familia en particular a mis queridos sobrinos, a mis colaboradores, a mis amigos, recuerden que llegué a los 77 años. No aflojen, tienen la obligación de seguir luchando por lo menos hasta alcanzar la misma edad, que no es poco. Una vez más reitero la obligación de cremarme inmediatamente sin perder tiempo y tirar mis cenizas en los montes cercanos a Jacinto Arauz, allá en La Pampa.
Queda terminantemente prohibido realizar ceremonias religiosas o civiles.
Un abrazo a todos.
René Favaloro Julio 29-2000 – 14.30 horas.
Con información de la agencia Télam