El testimonio de Marisa Beiró, una cordobesa que había estado por cuestiones laborales en Buenos Aires y se disponía volver a su casa, para reencontrarse con sus tres pequeños hijos, es desgarador. Perdió a sus siete compañeras de trabajo en ese vuelo.
Contó este sábado en diálogo con Punto de Partida que aquella tardecita casi pierden el vuelo. Se demoraron en la confitería de aeroparque donde se despedían de chicas de otras partes del país con quienes habían compartido 10 días de capacitación, que les había mandado a realizar la empresa de cosméticos donde trabajaban.
Presurosas luego de ser llamadas por los altavoces, las ocho compañeras abordaron el avión que las devolvería a la ciudad de Córdoba. Marisa cuenta que hasta allí todo fue normal. Sólo en un momento recordó un accidente en el que a una azafata se le abrió la puerta del avión y fue despedida, y ese recuerdo que no sabe por qué vino, la llevó a persignarse.
Se ubicó con sus compañeras en las primeras filas del avión. La aeronave comenzó a carretear, en un momento Marisa recuerda que todo comenzó a temblar. Algo estaba pasando dijo, la gente comenzó a gritar y sentimos un gran golpe. Cuando se quiso acordar, se vio en medio de un inmenso silencio, nadie se movía, estaban todos muertos recuerda. Ella misma no podía soltarse el cinturón de seguridad, hasta que no sabe cómo lo logró.
Así fue que salió del avión ya en llamas. Comenzó a caminar por el pasto con todo el cuerpo ardiendo. “Me iba sacando los restos de ropa y el pelo cuando me encontró el cuidador del Golf, cuenta. En ese momento lo único que quedaba de mi ropa era el alambre del corpiño”, contó.
Después perdió la noción del tiempo, la subieron a una ambulancia y la trasladaron al hospital donde pasaría los próximos doce meses de su vida. “Estuve tres meses en estado crítico reservado, pasé por muchas cirugías todas muy complejas, un año internada. Tuve que aprender a caminar, a comer, tuve que aprender todo de nuevo a los 29 años”.
Soy una agradecida de la vida, desde que me levanto hasta que me acuesto, porque cuando estas un año sin caminar y miras la ventana de tu habitación en la clínica y no podes llegar allí te replanteas un montón de cosas, pero cuando te levantas y das tu primer paso y llegas a la ventana y miras hacia fuera el cielo, los arboles… en ese momento yo dije “la puta madre, lo grande que es esto y casi me lo pierdo” y ahí empezas a valorar todo y agradecer de manera constante a la vida.
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