Luego de idas y venidas, y de frenéticas negociaciones con los diputados rebeldes a su gobierno, la Cámara de Diputados consiguió salvar la presidencia de Michel Temer. Pero esta vez, al jefe de Estado y su gobierno las cuentas no le salieron tan redondas como en agosto pasado: la victoria distó de ser arrasadora.
El oficialismo tuvo bajas importantes entre agrupaciones de la base gubernamental. Varios diputados del Partido Socialdemócrata de Brasil (PSDB), entre ellos el vice líder de ese bloque, levantaron la mano contra el mandatario. En cuanto a la oposición, logró consolidar una postura única detrás del “no” a su continuidad. Y arrastró a sectores que habían votado, el 31 de agosto del año pasado, por el impeachment a la ex presidenta Dilma Rousseff.
La sesión comenzó temprano, a las 9 de la mañana. Pero la presencia de diputados fue tan exigua que sólo permitió leer el informe sobre las acusaciones contra Temer que había presentado el relator del caso. Al mediodía, una versión conmovió los pasillos de la Cámara Baja: se afirmaba que el presidente había sufrido una “obstrucción” de una arteria y estaba en la sala de cirugía del Hospital Militar de Brasilia. Luego, la oficina de prensa de la casa de gobierno aclaró que se trataba de “un taponamiento de la uretra”. A las 20 horas ya había salido de la clínica donde fue intervenido. “Estoy entero”, afirmó ante interrogantes de la prensa, mientras entraba en su auto acompañado de su mujer Marcela.
En horas de la tarde el oficialismo consiguió finalmente el quórum (con la presencia de 342 legisladores). Y a partir de ese momento se supo que los resultados serían beneficiosos para el jefe del Palacio del Planalto. De hecho, éste logró preservar el sillón presidencial. Uno de los más consagrados periodistas políticos, Josías de Souza, analizaba por la noche que hubo muchos parlamentarios de la coalición “temerista” que dificultaron “dar el quórum y sepultar la denuncia que abruma a Temer. Y lo hicieron para forzar al gobierno a pagar por adelantado el precio del apoyo que le dieron”. En efecto, hasta el diputado Darcisio Perondi, jefe del bloque del PMDB, reconoció: “Hay muchos dentro del oficialismo que son voraces”. Con Temer en el hospital, quienes continuaron las negociaciones con esos díscolos, durante buena parte de la tarde, fue el ministro Eliseu Padilha (jefe de gabinete); quien además es uno de los acusados en la misma causa.
En mayo del año pasado, cuando Diputados dio el puntapié inicial para derribar a Rousseff, la Cámara exhibió un show poco edificante. Hubo quienes votaban para apartar a la entonces presidenta con argumentos tales como “por mi familia; por mi esposo; por mis hijos; por mi mujer”, etc.. Esta vez todo cambió. Los legisladores oficialistas esgrimieron dos argumentos: uno fue el de preservar la estabilidad política; otro, aludió a queBrasil no está en condiciones de cambiar de presidente a cada rato. Para quienes como Luiza Erundina, ex intendente de San Pablo y dirigente del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), levantaron su mano a favor de que se investiguen las denuncias de corrupción contra Temer, se trató de “no traicionar” el electorado: “Voto a favor de más de 90% de los brasileños que no quieren al presidente Michel Temer”, dijo la diputada. Desde un frente bien distante, el de la socialdemocracia (que tiene cuatro ministros de su partido en el gobierno), el diputado Vanderley Macris, se pronunció en los mismos términos, por “la necesidad de que prosiga la investigación. La sociedad reclama algo nuevo, y eso solo surge de la lucha contra la corrupción”.
Salvo alguna que otra expresión de furibunda militancia “temerista”, que denunciaba al gobierno del ex presidente Lula da Silva y de su sucesora Rousseff como abanderados de la corrupción, además de responsables por la crisis económica del país, los legisladores oficialistas se limitaron a votar con un “sí” a favor de Temer. Entre los extremistas, estuvo Wladimir Costa para quien “la oposición tiene que lavar su boca con soda cáustica antes de hablar mal del presidente”. Ese legislador se había tatuado en su brazo una imagen del jefe de Estado que exhibía ante la prensa, en agosto último. Después se descubrió que no era un tatuaje auténtico sino que estaba hecho con tinta lavable.