En la mesaza de la indestructible Mirtha, la bella y famosa senadora nacional advirtió, primero y antes que cualquier cosa, que el kirchnerismo es malo y no trata los proyectos de quienes no lo son, como le pasa a ella con su iniciativa para tipificar el delito de venta de niños. Y luego disparó: “en Rosario, en un barrio, en una esquina, estaban vendiendo bebés a 60.000 pesos ¡sí! a 60.000 pesos, como si fueran cosas y no personas”.
Jackpot, vibraría una máquina tragamonedas. Alcoyana-Alcoyana, anunciaría Berugo Carámbula en su inocente PNT. Carolina Losada lo hizo una vez más. Con singular talento, construyó otro hito en su vertiginosa carrera política. Los planetas que alineó nuevamente la dirigente santafesina, domiciliada allende los límites provinciales, son conocidos: atractivo físico, popularidad televisiva, feroz antikirchnerismo, estridencia mediática.
Las reacciones oficiales fueron razonables. Porque, claro, la denuncia es falsa. Llovieron pedidos para que aporte pruebas. Para que actúe con responsabilidad. Para que entienda que una funcionaria pública no debe actuar así. Que tiene que haber límites. Que sus palabras generan gran zozobra en las familias rosarinas, aterrorizadas ahora también por la posibilidad de que les roben a sus niños y niñas para comercializarlos en algún oscuro cruce de calles. Todo muy sensato, sin dudas.
Pero la lógica de Losada no es esa. La verosimilitud o no de sus dichos es irrelevante en términos de pragmatismo puro, duro y crudo. Y esto es así porque la construcción de su carrera periodística y ahora su derivación política no estuvo ni está atada a ese parámetro. Que los dichos se ajusten a los hechos es un elemento subalterno. Mal no le va: triunfó en su debut electoral del año pasado y ahora aparece como potencial candidata a gobernadora o a vicepresidenta con altos valores en las encuestas.
No se pretende en esta columna ejecutar un juicio moral o ético de la senadora. De ser así, abundarían los reproches, desde ya. Pero se trata, como siempre, de intentar entender cuál es el mecanismo que lleva a una figura política a hacer lo que hace. Especialmente si los resultados la acompañan y se transforma rápidamente en una protagonista de indiscutible peso.
Lo ocurrido con Losada y su imaginario mercado de bebés puede parangonarse, particularidades aparte, con las acusaciones circenses de Amalia Granata sobre el intento de homicidio de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. ¿Por qué la mediática celeste niega una realidad evidente? Porque es rentable. Y también porque es gratis. Ni la senadora nacional ni la diputada provincial pagaron costo alguno por su pirotecnia verbal. Más bien lo contrario. No son entonces equivocaciones: es un método.
Todo esto, además, en una provincia donde la influencia política y social de la televisión es arrolladora. Ya se ha dicho aquí en otras oportunidades pero vale la repetición. En 2021, Losada ganó las elecciones en su categoría. El segundo puesto fue para Marcelo Lewandowski. Los cuatro candidatos más votados en Rosario el año pasado fueron Ciro Seisas, Lisandro Cavatorta, Anita Martínez y Miguel Tessandori. El intendente de la ciudad de Santa Fe es Emilio Jatón. Sus perfiles son muy distintos, pero todos y todas tienen un denominador común: se hicieron populares en su paso por la TV.
Estos datos de la realidad que surgen de la verificación empírica ponen en duda la afirmación, muy instalada en los últimos tiempos, de que la televisión está en retirada, masticada aceleradamente por las plataformas surgidas de la revolución tecnológica. Los resultados electorales y los pronósticos en el mismo sentido para el futuro, al menos en lo inmediato, evidencian que la TV persiste como fuente de legitimidad e instrumento de legitimación social.
Podría decirse, también, que el aumento de peso electoral de la pantalla es directamente proporcional al adelgazamiento de la representatividad de la política clásica. Es lo que dicen los resultados, que siempre mandan. Por supuesto que un marcador desfavorable puede darse vuelta, pero para ello hay que asumir que se está perdiendo.
*El autor del artículo es periodista y se desempeña como columnista en diferentes medios.