— Mariano Colombo
Un día después de la asunción, el 47º presidente de Estados Unidos ingresó a la oficina oval de la Casa Blanca, para poner su firma a un paquete de acciones ejecutivas con temas incluidos de antemano desde la campaña previa a los comicios de noviembre del año pasado.
La batería de medidas abarcó entre otros aspectos la orden de “sellar” la frontera sur y de construir el muro con México, la declaración de “organizaciones terroristas” a los carteles narcos, la creación del Departamento de Eficiencia Gubernamental ya conducido por Elon Musk, el inicio del proceso de salida de la Organización Mundial de la Salud y la declaración gubernamental que expresa que “Estados Unidos solo reconocerá dos sexos; masculino y femenino”.
En materia ambiental, sobre el arranque ejecutivo de su segundo período se destaca el retiro del Acuerdo de París; aquel consenso promovido desde la ONU a favor de un programa tendiente a reducir la emisión de gases que causan el efecto invernadero. Junto a esta medida, Trump también canceló instrumentos que la administración Biden venía utilizando para disminuir la contaminación.
Otra de las acciones ejecutivas inmediatas, fue la firma de un indulto total a la mayoría de los responsables del ataque cometido en enero de 2021 contra el Capitolio en una acción abiertamente antidemocrática que quiso resistir la llegada de Joe Biden a la presidencia. El perdón masivo respondió linealmente a las expectativas del núcleo duro del actual presidente, habiéndose resuelto en una dinámica en la cual el “trumpismo” no expresa exactamente el espíritu y los preceptos institucionales del partido republicano.
Indudablemente, el final de enero obligó a pausar la agenda planificada por los asesores presidenciales para los primeros días de gobierno, debido a la trágica colisión entre un avión comercial y un helicóptero militar en la zona de Washington; un hecho sumamente grave al cual el mandatario republicano reaccionó inmediatamente solidarizándose con las familias de las víctimas y comprometiendo una investigación integral del siniestro.
Pero el lado humanitario del caso no fue óbice para su discurso anti-derechos sobre temas de género y diversidad, al haber lanzado que en el desastre aéreo pudo haber influido el programa de Diversidad, Equidad e Inclusión que viene implementando la Administración Federal de Aviación.
Incertidumbre y suspenso en torno al comercio internacional y al canal de Panamá
Luego de la tragedia aérea y su particular abordaje, el accionar ejecutivo de Trump se retomó en el comienzo de febrero con la ratificación de los aranceles para productos provenientes de Canadá, México y China. La medida ampliamente anticipada, reavivó el temor por la llamada guerra comercial y por una consecuente desaceleración del intercambio global de productos y servicios.
Pero, especialmente por iniciativa de la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum, Trump accedió a revisar su postura solo hacia América del Norte, concentrando el diferendo arancelario con China, que contestó imponiendo de forma proporcional, aranceles a combustibles y bienes de capital provenientes de Estados Unidos.
Más allá de la problemática relación comercial chino–estadounidense, la política proteccionista encarada por la nueva administración comenzó a mostrar un efecto global a través de la imposición más reciente de aranceles del 25% en las importaciones de aluminio y acero, “sin excepción”, tal cual se encargó de aseverar el propio Trump ante la prensa acreditada en la Casa Blanca.
En otro orden, y fiel a su discurso, el presidente estadounidense ya había trasladado al canal de Panamá su aprensión para con el gobierno de Xi, enviando al secretario de Estado, Marco Rubio, a la capital del país interoceánico para que transmita la preocupación por “la influencia de China” en el estratégico corredor. La supuesta alta incidencia en el canal por parte del gigante asiático, fue desmentida luego, incluso por el presidente panameño, José Raúl Mulino.
Anti–multilateralismo y presión sobre Gaza
A pocos días de haber anunciado la salida de la OMS, el gobierno estadounidense dejó en claro las condiciones requeridas para –eventualmente– recuperar la membresía, solicitando que sea un estadounidense quien lidere el organismo desde 2027, cuando expire el mandato del etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus. La exigencia deriva directamente de la relación entre Trump y la OMS, que quedó muy deteriorada luego de las políticas y programas implementados a nivel internacional como respuesta a la pandemia de Covid-19.
Por otra parte, el martes 4 de febrero, Trump firmó un nuevo decreto para retirar a Estados Unidos del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Esta rúbrica coincidió con la visita a Washington del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, quien en todo momento ha cuestionado al organismo de Naciones Unidas denunciando acciones de direccionamiento a favor de la histórica posición palestina.
Frente al retiro estadounidense, Amnistía Internacional advirtió por el riesgo de los derechos que hasta aquí se consideraban “logros sociales establecidos”.
Pero lejos de inmutarse, el mandatario republicano continuó su senda de escalamiento de la presión sobre la crisis en Gaza, amenazando con “un infierno” si Hamas no llega a liberar a todos los rehenes antes del sábado 15 de febrero.
La nueva era y una perspectiva de mayores recelos estratégicos
Se puede decir que en el primer tramo del segundo mandato trumpista se destaca un ritmo frenético de acciones ejecutivas cuya génesis se explica en el empoderamiento agregado que distingue a la actual gestión de la primera.
En menos de un mes, Trump ha profundizado su estilo de fortalecimiento de poder y de apartamiento del institucionalismo y del multilateralismo, siempre que por esas vías no identifique alguna compatibilidad con los principales asuntos de exclusivo interés estadounidense.
Las primeras medidas de Trump están basadas en el concepto de “América First” y en la desconfianza, especialmente hacia China. Esto da paso a un escenario de mayores tensiones que se internacionalizan particularmente en torno al comercio global.
Cabe detenerse en la percepción internacional que se tiene actualmente sobre la relación persona–gobierno de EE.UU., al verificarse titulares con mayoritarias menciones a “Trump” por encima de “el gobierno estadounidense”, lo que indica una evaluación generalizada acerca de un estilo muy personalista con un círculo cercano, pero muy reducido de decisores.
Esta realidad plantea hacia los próximos años un desafío complejo para todo negociador dispuesto u obligado a intercambiar posturas con la administración iniciada el pasado 20 de enero.
Se trata de un ciclo de gobierno en el que, a diferencia del mandato 2017-2021, Donald Trump no estará tan atado al impacto que cada medida pueda tener en su imagen, una evaluación de la que ahora puede prescindir, teniendo en cuenta que en 2029 ya no le será constitucionalmente posible anotarse en una nueva carrera presidencial. Este punto explica en buena medida la fuerte conexión entre las primeras decisiones y su ideario neo–conservador y de ultra–derecha, más allá de las críticas domésticas o externas que puedan ocasionar.
Se trata de un estilo nítidamente personalista que expone a su país al riesgo de desconexión con otros actores que alientan el “Soft Power” como medio para la diplomacia. En esa línea, el enfoque trumpista enfrenta la posibilidad de revivir las posiciones “anti–estadounidenses” que surgieron por ejemplo con la llamada “guerra preventiva” impulsada por Bush (hijo), cuando el también líder republicano había instalado la fuerte antinomia que hoy parece retomarse: “o están con nosotros, o están contra nosotros”.