El mismo día en que se cumplían 32 años desde la mayor tragedia de la historia reciente del país, otro terremoto sacudía a la capital y a varios Estados cercanos. Más de 200 personas han muerto y decenas de edificios han quedado reducidos a escombros. Una macabra coincidencia, la de la fecha, a la que respondieron los ciudadanos con la misma entereza que ya exhibieron hace tres décadas. Los momentos de pánico inicial tras la sacudida de magnitud 7,1 dejaron paso a un aluvión de solidaridad. La capital mexicana se echó a la calle con un solo propósito: ayudar. Ayudarse.
Ciudad de México se topó el martes con su peor pesadilla. Un terremoto de magnitud 7,1 sacudió al país pasada la una de la tarde. Al menos 238 personas murieron en distintas zonas —108 en Ciudad de México, 69 en Morelos, 43 en Puebla, 13 en el Estado de México, cuatro en Guerrero y uno en Oaxaca—, según las autoridades, que no descartan que la cifra aumente con las horas. El sismo se produjo 12 días después del de mayor magnitud (8,2) en 85 años y que provocó la muerte de un centenar de personas en Chiapas y Oaxaca. El de este martes fue menor en intensidad, pero el hecho de que el epicentro estuviese más próximo a la capital —unos 100 kilómetros— provocó que los daños sean mucho mayores. Los servicios de telefonía y electricidad, se colapsaron. Decenas de edificios se vinieron abajo, entre ellos dos escuelas. En uno de los colegios murieron al menos 32 niños y cinco adultos.
Los gritos de ánimo solo se ven silenciados cuando uno de los especialistas levanta un puño. Es la señal para que todos callen y poder escuchar si hay vida allá abajo. Una pausa a la que casi siempre acompaña un estruendo generalizado: “¡Viva México, cabrones!”.