Por algún extraño motivo, digno de confesión de sofá, siempre me gustó conversar con los linyeras. Esos, parecidos a nosotros, que con pelos ensortijados y ropas encimadas nos ven pasar apurados por las calles de la ciudad.
Es que suelo pensar, con envidia o cobardía, que más allá de sus penurias, han logrado sobrevivir en libertad, sin urgencias y con tiempo suficiente para pensar la vida desde otro lugar.
Hace varias semanas que venía observando, desde lejos, a un viejo solitario y sin barbijo, en su parada, un banco de Avenida Galicia casi llegando a General Paz. Intuí que tenía algo para contarme, pero nunca supuse que tanto.
-Buenas, ¿cómo anda? Largué de un saque, mientras me acomodaba a su lado, tratando de no hacer caer unas cajas de cartón corrugado.
- ¡Cómo quiere, preocupado por el virus! Me respondió sin mirarme.
-Ya pasará, como otros tantos males. Mi tibio intento por sonar esperanzador.
-Nunca hubo algo como esto, tanto miedo entre la gente. Dijo dándose vuelta y mirándome de frente, como acentuando su aflicción.
- La historia está llena de catástrofes, tsunamis, terremotos, tornados… Insistí con mi optimismo.
- ¡Nada como esto! Cortó terminante.
- Y la gripe española, dicen que murieron millones…
- ¡Nada como esto!
-Las guerras mundiales, sobre todo la segunda…
-¡Nada como esto!
Decidí hacer silencio. Los dos quedamos ahí, sentados, callados por varios semáforos. Era posible que mi intuición me fallara, quizás este buen hombre no tenía más que decir.
Pero, justo cuando pensaba en saludar y volver al auto, arrancó de nuevo.
-Verá usted. Dijo en modo maestro de primaria. Nunca hubo tanto miedo en el mundo. Este virus, “covid como se llame”, consiguió imponer un miedo planetario, y eso nunca pasó antes.
-Los terremotos y los tornados, afectan muchísimo y arrasan con todo, pero en un lugar en particular. La gente de otros lados ni se entera.
La gripe española sí, es cierto, mi abuelo contaba que mató a millones, principalmente a obreros, soldados, niños y en lugares determinados, sin información al instante. Los poderosos que no querían saber y los que vivían en zonas alejadas que no llegaron a saber, sintieron poco el miedo.
La guerra, por supuesto es lo peor, pero aún en las mundiales, hubo países que se mantuvieron neutrales y personas lejos de involucrarse; incluso hubo quienes prosperaron mientras otros se mataban.
Esto es algo diferente, no hay pueblo, ni ciudad ni país a salvo. El “virus no se cuanto” ataca a hombres y mujeres, a niños y ancianos, a ricos y pobres; a negros, amarillos y blancos, a todos. Nunca hubo tanta gente con miedo de enfermarse y con conteo de muertos en vivo y en directo a cada hora. Y el miedo, amigo, deja profundas cicatrices.
-Pero bueno, quizás si hay algo comparable… Concluyó el viejo linyera.
- ¿Con qué me va a salir, acaso con el diluvio universal? Interrumpí, intentando sonar, al menos original.
- Es que no hay certezas sobre el diluvio…
- ¿Y entonces?
- La muerte es comparable, el miedo a la muerte. Igual que el virus no distingue entre personas, ni hay lugar a salvo, ni dinero que nos pueda liberar. Y tiene mucha prensa ¿No le parece? Concluyó.
Me fui, apurado por llegar a casa para el noticiero de las ocho, seguro algún corresponsal traerá nuevos datos. Por alguna razón me vino una frase que leí en algún lado. “Hoy los humanos buscamos el placer sin la felicidad; la felicidad sin la ciencia y la ciencia sin la sabiduría”.