Días atrás se anunció un fenomenal plan de rescate de la Unión Europea que supera los 750.000 millones de Euros. Estados Unidos no se quedó a la zaga con su salvataje de más de 3 billones de dólares, cifra record en su historia. En China no sabemos con exactitud cuál es la magnitud de la inyección de recursos del estado en la economía poscrisis, pues los límites entre la producción privada y estatal son más difusos y la información más escasa. En todos estos casos, la recuperación del aparato productivo nacional se ha transformado en la prioridad absoluta de los grandes países centrales para esta fase pospandemia que estamos transitando. Y ello no es casualidad por varios motivos.
En primer lugar, si observamos la historia veremos que Estados Unidos, Alemania, Francia, Inglaterra, Japón, China y Corea del Sur, entre otros, han adquirido el status de “desarrollados” gracias a fuertes procesos de industrialización basados en la incorporación progresiva de nuevas tecnologías e innovación a sus sectores productivos, lo que les permitió incrementar su productividad y consecuentemente su competitividad internacional, además de agregar valor a su producción y generar empleos de mayor calificación, lo que en última instancia mejoró el nivel de ingresos transformando todo el proceso en un círculo virtuoso de crecimiento económico con desarrollo social. En ese contexto, es lógico que ahora quieran proteger su industria nacional, fuente de crecimiento y desarrollo.
Luego, si profundizamos un poco más en nuestra observación histórica podremos identificar un segundo patrón adicional: todos esos países centrales han sido capaces no solo de incorporar progreso tecnológico a sus aparatos productivos, sino de apropiarse de los frutos de ese progreso tecnológico a través de una fuerte intervención del estado para incentivar el desarrollo de aquellos sectores y actividades que agregan más valor, demandan empleo más calificado y multiplican e irradian la productividad a otros sectores de la economía. En otras palabras, lograron que, además de comprar máquinas y equipamiento tecnológico, se promoviera su progresiva generación local contribuyendo a la conformación de un aparato productivo homogéneo y tecnológicamente más avanzado, lo que requirió mano de obra mucho más calificada, que a su vez dinamizó y complejizó él mercado local y las exportaciones, lo que en última instancia incentivó una demanda por productos más avanzados. Es decir que, además de incorporar tecnología, los países centrales se ocuparon con políticas públicas activas de promover la generación local de progreso tecnológico. En ese contexto, es lógico que ahora quieran proteger su industria nacional, fuente de crecimiento y desarrollo.
Un tercer factor común fue la fuerte intervención del Estado en pos de promover una poderosa conexión entre los excedentes canalizados a través del sistema financiero y la producción nacional. En efecto, en todos los países centrales el Estado ha implementado una política industrialista complementada con un fuerte control sobre el sistema financiero para asegurar el direccionamiento del crédito hacia la producción con tasas y plazos compatibles con proyectos de inversión que requieren grandes recursos para la inversión y varios años para madurar. Dicho apoyo crediticio se instrumentó a través de la banca pública, la banca específica de inversión y de la banca privada también. Una prueba de ello es la relación entre el total de préstamos para el sector productivo y el PBI de aquellos países, donde encontraremos porcentajes superiores al 100%. En otros términos, los excedentes de la renta nacional se canalizan hacia la financiación de nuevos proyectos productivos. No es casualidad que los paquetes de salvataje anunciados recientemente se instrumenten por el sistema bancario y tengan como objetivo primordial el sostén del aparato productivo local. En ese contexto, es lógico que quieran proteger su industria nacional, fuente de crecimiento y desarrollo.
En el presente artículo deseo reflexionar sobre los dos primeros puntos. Acerca del tercero, y de los problemas estructurales del sistema financiero argentino, recomiendo la lectura de Carolina Lauxman en sus trabajos: i) “Sistema bancario y de producción en Argentina”, donde estudia con otros autores el comportamiento del sistema financiero bancario argentino durante el periodo 1990-2010; y ii) “Argentina 1990-2010. Entre el mainstream neoliberal y la heterodoxia. ¿Avances hacia el desarrollo?”, donde analiza el patrón de acumulación y su financiamiento. Allí podrán entender algunos de los motivos por los cuales hoy en Argentina la relación entre préstamos productivos y PBI es menor al 14%.
a) Modelo Industrial
Con respecto al primer punto, ya he escrito en otro artículo anterior titulado “Es el desarrollo industrial, estúpido” acerca de la importancia de un modelo industrial que promueva el crecimiento económico con desarrollo social. Todos los países más desarrollados tienen esto muy en claro. En Argentina aún estamos discutiendo el modelo a seguir y hemos tenido experiencias sumamente negativas a partir de mediados de los ’70 con implementaciones sucesivas del “modelo neoliberal de exportación” con las nefastas consecuencias que todos conocemos. Y lo llamo “modelo neoliberal de exportación” porque los países más desarrollados aplican puertas adentro un modelo industrialista nacional, pero exportan la ideología neoliberal para su implementación en la periferia, de tal manera de asegurarse la exportación de sus productos industriales.
En Argentina, los truncados procesos de industrialización no han llegado a consolidarse, fundamentalmente a causa de las reiteradas restricciones externas que imposibilitaron continuar financiando el crecimiento con divisas genuinas provenientes de la exportación. Gran parte de esas restricciones se originan en la incompleta “complejización” del aparato industrial que termina demandando más divisas para la importación de las que se generan vía nuevas exportaciones. Y para que dicha “complejización” se produzca, más allá de las tradicionales herramientas de promoción de exportaciones, industrialización de materias primas, coordinación de políticas cambiarias, administración del comercio exterior, mejora de la infraestructura productiva, adaptación del sistema tributario para incentivar la creación de valor, etc., se necesita un elemento extra: un fuerte componente nacional en el tejido industrial, tema que analizaré a continuación.
b) Industria Nacional
El “modelo neoliberal de exportación” (pero industrialista puertas adentro de los países centrales que lo promueven) tiende a concentrar el progreso e innovación en los países más desarrollados.
Bajo los falaces argumentos de la “especialización productiva” (algunos países deben producir materias primas y otros la tecnología) y “garantizar a los países el acceso a los últimos avances técnicos” se termina fomentando la importación directa de bienes manufacturados o promoviendo la radicación de multinacionales a través de la inversión extranjera directa (IED) con el fin de producir localmente bienes desarrollados en sus casas matrices. Ambos caminos no son buenos ni malos per se, aunque los dos resultan incompletos si lo que se pretende es un cambio estructural del sistema productivo que genere un aumento sostenido de las exportaciones con valor agregado, garantice un crecimiento económico sustentable y, sobre todo, promueva el desarrollo social.
En ese sentido, la IED no es mala. Muy por el contrario, la IED resulta sumamente valiosa para reducir la restricción externa, ya que nos beneficia en dos frentes. Por un lado, aporta divisas genuinas a través de la inversión y el ingreso de capitales productivos. Por el otro, la IED coadyuva a la diversificación de la oferta exportadora, pues normalmente las empresas multinacionales traen consigo tecnologías y productos innovadores que posibilitan el acceso a nuevos mercados; y, además, dichas multinacionales tienen sus canales de comercialización internacional ya desarrollados, lo que facilita el rápido crecimiento de las exportaciones. También se deben mencionar otras ventajas de las empresas internacionales, como ser: i) actúan como “locomotoras” de las cadenas de valor traccionando la demanda de las pymes tanto en cantidad como en calidad; ii) invierten en el desarrollo del personal en forma orgánica y sistemática, lo que termina capacitando a la mano de obra local; iii) generan polos de desarrollo alrededor de proyectos muy grandes que por su dimensión y capacidad solo pueden ser llevados adelante por las compañías globales; y iv) promueven economías de escala que benefician al resto de las cadenas de valor. Al mismo tiempo, si la IED se orienta a la producción para el mercado interno, muchas de las ventajas se transforman en desventajas en términos de restricción externa, pues la nueva compañía pasa a ser demandante de dólares para la importación de insumos o la remesa de utilidades al exterior, sin aportar ingreso de divisas por nuevas exportaciones. Desde esa perspectiva, si los nuevos proyectos de IED no se orientan a la exportación -al menos parcial- de su producción, terminarán a la larga siendo “extractivos” en términos de divisas para el país.
Habiendo mencionado las bondades de la importación de tecnología, ya sea vía maquinarias o IED, si lo que se busca es transformar el aparato productivo haciéndolo más homogéneo y diversificado se requiere que el progreso científico-tecnológico de aquellas nuevas máquinas importadas y de la IED “percole” hacia otras actividades y se incentive, a posteriori, la investigación y desarrollo de nuevas tecnologías a nivel local. Dicho de otro modo: no basta con importar tecnología si no nos apropiamos de sus frutos para dinamizar los sectores menos desarrollados y diseminar su efecto innovador de tal manera de incrementar la productividad y el agregado de valor transversal del resto de la estructura productiva.
Y allí es donde residen muchos de los aspectos más controversiales de las multinacionales, pues: i) en muchos casos generan monopolios u oligopolios en el mercado local tanto sea por su tamaño (posición dominante) como por sus tecnologías (patentes y regalías); ii) debido a su tamaño, negocian con clientes y proveedores imponiendo condiciones desde una posición dominante y ventajosa; iii) por lo general, se orientan primordialmente hacia la obtención de una renta (retorno sobre capital invertido) más que al desarrollo social de su región; iv) limitan el acceso a su propiedad intelectual por medio de patentes, lo que resulta un obstáculo para la “fertilización” tecnológica de otros sectores económicos; v) desarrollan sus actividades de investigación y desarrollo (I+D) en sus países de origen, lugar donde luego patentan sus nuevas invenciones concentrando de esa manera aún más la propiedad de las nuevas tecnologías; vi) normalmente recurren a la investigación conjunta con universidades u organismos de ciencia y tecnología en sus casas matrices, lo que anula la posible “polinización” innovadora hacia el sector del conocimiento nacional; y vii) mantienen el centro decisional en su país de origen, lo que subordina el crecimiento y expansión local a los planes desarrollados en otras geografías.
Precisamente por estas características de las empresas multinacionales, en el proceso industrializador se le deben fijar requerimientos específicos a dichas organizaciones con el objetivo de influenciar su dinámica natural, orientándolas hacia una sinergia tecnológica con sus clientes y proveedores y la vinculación con el sector del conocimiento local. De esta forma, se fortalecerían las cadenas de valor, complejizando el tejido industrial, estimulando la demanda de mano de obra más calificada, sobre todo en las PyMEs, tradicionalmente más mano de obra intensivas.
A su vez, las empresas medianas y PyMEs nacionales deben prepararse para esa sinergia en las cadenas de valor a través de diferentes iniciativas, como ser: i) capacitando a su personal, ii) formando al empresariado en cuestiones vinculadas al comercio exterior, nuevas tecnologías y sistemas de gestión; iii) incorporando nueva maquinaria y tecnología que incrementen la productividad; iv) desarrollando nuevos productos que diversifiquen la oferta exportadora; v) desarrollando planes comerciales a mediano y largo plazo para acceder a nuevos mercados de exportación no tradicionales; y vi) trabajando en conjunto o bajo formas asociativas con otros agentes de las cadenas de valor para crear sinergias y competitividad sistémica nacional.
c) Pospandemia e Industria Nacional: ¿crisis u oportunidad?
Nuestro país deberá afrontar en lo inmediato el inmenso desafío de promover la recuperación económica de su aparato productivo. Esa debería ser nuestra prioridad absoluta, en los mismos términos en que lo harán los grandes países centrales para esta fase pospandemia que estamos transitando.
En todos los casos, se observan tres pilares fundamentales: i) defensa, protección y salvataje de sus industrias en particular y de sus sistemas productivos en general; ii) fuerte intervención del estado para proteger e incentivar aquellos sectores de la economía nacional que agregan más valor, demandan empleo más calificado, multiplican e irradian tecnología y productividad a otros sectores de la economía e incrementan la oferta exportable; y iii) paquetes de salvataje instrumentados a través del sistema bancario tradicional o de la banca de desarrollo para asegurar el direccionamiento del crédito hacia la producción, con tasas y plazos compatibles con los proyectos de inversión para la recuperación esperada.
Resulta evidente que en nuestro país el esfuerzo será doble, pues partimos de una situación mucho más desventajosa que las grandes potencias, toda vez que venimos de varios años de caída de la producción industrial y de la actividad económica en general.
Por otra parte, este proceso de protección del aparato productivo nacional, complejización de la matriz industrial y aumento del crédito a la producción no tendrá lugar por el juego natural y espontáneo de las fuerzas del mercado. Al contrario, se requiere de la fuerte y decidida intervención del Estado en la recuperación pospandemia para promover que los diversos actores –empresas multinacionales, empresas grandes nacionales y PyMEs– se vinculen entre sí en una articulación público-privada virtuosa, respetando las nuevas reglas de juego, facilitando la incorporación del progreso tecnológico y de las innovaciones en todas las cadenas de valor, de tal manera de incrementar la competitividad sistémica de nuestra economía, diversificar nuestra oferta exportadora, crear más valor agregado y generar más y mejor empleo.
Como conclusión podemos afirmar que la recuperación económica y social de nuestro país en la inminente etapa pospandemia es un enorme desafío, y a su vez una enorme oportunidad. En nosotros está el aprovecharla.
Por Javier Martín, Presidente Unión Industrial de Santa Fe