La historia nos relata muchísimos fracasos respecto de los efectos de aplicar criterios de explotación industrial a recursos de origen salvaje. Pero parece que los argentinos estamos empecinados en no aprender, siquiera por las malas.
A principios del siglo 20 la garza blanca fue casi extinta de nuestros ríos y lagunas debido al uso de sus plumas para la confección de sombreros de mujer. El uso de plumas de garza ya venia desde finales del siglo 19. Pero la industrialización de la fabricación de sombreros de comienzos del siglo 20 hizo que la demanda de plumas de garza se incrementara exponencialmente llevando la especie al borde de la extinción. Menos garzas había, mas caras eran sus plumas y con mayor tenacidad se las cazaba. Subía la demanda y bajaba la oferta. La combinación perfecta que disparaba a las nubes el precio de plumas de garza obedeciendo sanamente a las leyes básicas del capitalismo salvaje. Para la época era un gran negocio. Sin embargo, la reproducción natural de garzas no podía sostener producción industrial de sombreros. Afortunadamente, la combinación de prohibiciones de caza y cambios de moda en sombreros lograron salvar de la extinción a esta preciosa ave que hoy podemos admirar en nuestros ríos.
Lo salvaje siempre estuvo de moda. La moda de invierno de alta costura durante casi todo el siglo 20 estuvo basada en el uso de peletería fina (lo que venga: tigres, focas, osos, zorros, nutrias, jaguares, bisontes y todo bicho de pelaje espeso y sedoso era pasado a conformar indumentaria de invierno). Sin embargo, el impulso económico global de pos-guerra de los años 50 y 60, el incremento exponencial de la automatización industrial y el paso de grandes sectores sociales a la clase media hizo que los tapados de piel se abarataran muchísimo y que la nueva clase media tuviera acceso a ellos. El sueño de toda señora con aspiraciones sociales era vestir un tapado de piel. Fue ese el momento de quiebre. La peletería basada en animales salvajes existió desde los albores de la humanidad. Pero fue en los años 50-60 cuando se incorporaron conceptos de producción industrial moderna a una actividad sustentada en equilibrios biológicos establecidos por ecosistemas salvajes. Los ecosistemas no aguantaron la demanda. Esto pasó en todo el mundo casi en simultaneo. En nuestro contexto, las poblaciones de carpinchos, nutrias, jaguares, gatos monteses, zorros, etc, fueron llevadas casi a la extinción. Por supuesto, en toda la costa del Paraná, mucha gente vivía de este gran negocio: los cazadores, los acopiadores, los fabricantes de trampas, las curtiembres e incluso algunas casas de alta costura de excelentísimo nivel en Buenos Aires. Pero, las poblaciones salvajes bajaban. Primero, se decretaban vedas por especies, luego vedas en temporada de reproducción, después se implementaban vedas extendidas, se pasó a vedas permanentes y finalmente se prohibió la caza (leyes provinciales de los años 80-90). 30-40 años después, las poblaciones de carpinchos y nutrias se están recuperando. No así las poblaciones de felinos.
Si leyéramos los diarios de la época veríamos casi los mismos titulares que vemos en los diarios de la actualidad. Las vedas y las prohibiciones de caza de garzas y carpinchos causaban los mismos reclamos que hoy tienen los pescadores y frigoríficos: que las familias se quedan sin ingresos, que no hay trabajo, que las fábricas de trampas y las curtiembres iban a la quiebra, que los beneficios de la exportación, que la economía, que no era el momento, que no había estudios científicos e incluso se decía que era bueno matar carpinchos porque le comían el pasto a las vacas.
Pero hay una cosa cierta. Los ecosistemas salvajes no pueden sostener indefinidamente la demanda de materias primas de actividades industriales. Fue así que poco tiempo después, salieron las leyes que regulan la cría intensiva de carpinchos y nutrias en granjas. Entonces, hoy por hoy, afortunadamente los tapados de piel pasaron de moda y la remanente industria legal de la peletería fina se basa en pieles de criadero.
Respecto de nuestra coyuntura actual. La pesca industrial fluvial es insostenible desde todo punto de vista y atenta directamente contra el desarrollo del turismo. Los actores de la pesca industrial fluvial hace años que debieran estar planificando e invirtiendo fuertemente en el desarrollo de granjas y tecnologías ictícolas. Los políticos podrán patear para adelante el problema. Pero tarde o temprano se deberá prohibir la pesca industrial fluvial tal como ha ocurrido con tantas otros negocios basados en la industrialización de recursos de origen salvaje. No queda otra. Es la misma historia que se repite.
¿Seremos capaces de planificar con tiempo suficiente el acta de defunción de la pesca industrial fluvial? ¿Seremos capaces de transformar la pesca fluvial en una activad de granja? ¿Seremos capaces de domesticar sábalos y bogas? ¿Seremos lo suficientemente inteligentes para priorizar el desarrollo del turismo?
*El autor es Doctor en Ciencias, Máster en Ingeniería Química y conductor del micro CienciAbierta por LT9