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El rey ha muerto, vivan los reyes

— Gustavo Castro

JUEVES 13 DE MAYO DE 2021

La frase que sintetizaba crudamente la efímera transición entre el fallecimiento de un monarca y la asunción de su heredero bien puede ser adoptada, con las variantes del caso explicitadas en el título de esta columna, para explicar el momento que vive el Frente Progresista en particular y el escenario político santafesino en general tras el doloroso deceso de Miguel Lifschitz el domingo pasado, víctima de esta pandemia atroz.

El cuarto intermedio aprobado en la sesión de este jueves para elección de las vicepresidencias 1° y 2° de la Cámara de Diputados de la provincia expone el estado de asamblea en el que se encuentra la coalición que la conduce, más allá de que Pablo Farías haya sido confirmado de manera consensuada como el sucesor institucional del ex gobernador.

Es que las tensiones dentro del FPCyS y del propio socialismo son previas a este hecho luctuoso. Podría ubicarse el punto de inicio en la pérdida de la gobernación en 2019 y acto seguido en las apuestas divergentes en las elecciones presidenciales. Más acá en el tiempo, la búsqueda de una porción mayoritaria del radicalismo de un “frente de frentes” y los comicios internos en el PS son ejemplos evidentes.

El dique de contención de esas aguas turbulentas era Lifschitz. Su comprobada potencia electoral servía como aglutinador de voluntades dentro del Frente Progresista y ofrecía un horizonte competitivo para este año y especialmente en 2023. Las disquisiciones ideológicas, por supuesto, ocupan mayormente un rol secundario.

Caída esa represa, las distintas corrientes buscan cada una encontrar sus cauces naturales. El poder, en definitiva, es líquido y circula. Pasando a términos menos abstractos, casi todos los radicales frentistas se preguntan porqué persistirían en la actual alianza si corre el riesgo de transformarse en una fuerza testimonial cuando en la orilla de Juntos por el Cambio, desde donde varios de sus correligionarios los saludan, pueden disputar el trofeo máximo.

Claro que aquí empieza a jugarse otro partido de cortísimo plazo. Y es la pelea por definir quién conduce el nuevo espacio en ciernes. Traducido al criollo: los sectores de la UCR que se referencian en Felipe Michlig y/o Maximiliano Pullaro, en trance de migración, tienen como prioridad evitar que José Corral obtenga un triunfo en las urnas que lo eleve al sitial de líder y ordenador. Para ello, incluso, evalúan la chance de un nuevo sello electoral que les permita ir a la confrontación directamente en las generales.

El socialismo, por su parte, se encuentra en una severa encrucijada. Volcarse a la constitución de una gran alianza antiperonista con radicales de todo pelaje, el PRO y celestes antiabortistas tiene el atractivo de integrar, aunque tal vez no protagonizar, un continente político poderosísimo, pero puede desatar cismas intestinos incontrolables. La otra opción implica aceptar el riesgo cierto de convertirse en una fuerza minoritaria, de mitad de tabla, por decirlo en términos futboleros. Aquí hay que sumar otro elemento central: la dirección que tomarán los extrapartidarios Pablo Javkin y Emilio Jatón, hoy absolutamente incierta.

En el peronismo tampoco las cosas serán como eran. Al desaparecer el dirigente que mayor volumen electoral poseía, en términos individuales, de cara al 2023, alienta las expectativas de varios pretensos candidatos y candidatas, especialmente si se advierte que su figura más determinante en la materia, el gobernador Omar Perotti, no cuenta -hasta ahora- con la chance de la reelección.

Como se acostumbra escribir en los portales informativos: noticia en desarrollo.

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