El barullo por la decisión del Ministerio de Educación de la provincia de inicialmente suspender las clases virtuales durante los únicos tres días hábiles de la semana tuvo como subproducto la reinstalación del debate sobre los proyectos oficiales de conectividad que se encuentran congelados en la Cámara de Diputados desde el año pasado.
Sobre el déficit en la materia que tiene Santa Fe ya se abundó en esta columna y no hay demasiado para agregar. Conviene, eso sí, arriesgar un análisis del último incidente político-educativo y sus repercusiones.
Lo primero que podría decirse es que las determinaciones en emergencia deben ser lo más claras posibles y su comunicación a la sociedad poseer idéntica virtud. Eso no ocurrió en esta ocasión. Más allá de las lógicas marchas y contramarchas que impone esta cruel pandemia, quedó la sensación de que hubo un error gubernamental no forzado.
Ello no quita la sobreactuación de buena parte del arco opositor, que desplegó un escandalete de proporciones bíblicas por apenas tres días. En algunos casos adquirió ribetes bizarros: bajo la consigna “Comunismo o Libertad”, el diputado provincial macrista Gabriel Chumpitaz pidió la renuncia de Adriana Cantero por considerar “inadmisible y una falta de respeto que también suspendan las clases virtuales”. Es la misma medida que tomó el Jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta, de quien se desconoce pretensión alguna de otorgarles todo el poder a los soviets.
En cuanto al no tratamiento de las iniciativas en sí, el flamante presidente de la Cámara Baja, Pablo Farías, pidió por nota a la ministra que rectifique sus dichos en ese sentido y justificó la demora en inasistencias y debilidades argumentativas de funcionarios del gobierno. Sería una razón atendible si no fuera porque, por caso, las leyes anti Saín -cuyos vetos serán discutidos esta semana- fueron presentadas y aprobadas en menos de una semana, sin que el ex titular de la cartera de Seguridad pudiera decir ni pío. Uno de los autores de los proyectos fue el propio reemplazante institucional del malogrado Miguel Lifschitz.
La ex secretaria de Estado de Energía, Verónica Geese, fue más allá y calificó de “negocio/ado” a las propuestas. Sobran los ejemplos para advertir sobre lo nocivo que resulta para el sistema democrático y la sociedad en general hacer política desde un autoasignado púlpito moral. Incluso, además, puede convertirse en un salivazo con viento de frente: “ningún caso de corrupción” es un buen slogan, pero no necesariamente se ajusta a la realidad.
“Ni el astronauta ni la bruja saben qué hacer con la culpa y el miedo que les dejó su sideral desconexión”, canta la Bersuit en un bellísimo tema. De seguir así, esos personajes de fantasía tienen chances de encarnar en prominentes figuras del convulsionado mundo del poder en Santa Fe.