La Selección Argentina de Fútbol escribió anoche una de las páginas más selectas del libro que teje la historia de nuestro más popular deporte. En una actuación inolvidable superó escollos que generaban dudas para llegar al gran objetivo final. Y alcanzar la gloria tuvo un camino sinuoso, con desconfianza inicial sobre el comportamiento de un técnico sin experiencia y con un recambio generacional en la mayoría de los jugadores que implicaba un trabajo muy especial para conformar un equipo del nivel que siempre esperamos de nuestra selección.
La pesada presión que además soportaba el equipo para lograr un título después de 28 años significaba por otra parte un condicionamiento extra por el alma exitista que los argentinos refrendamos. Y la negación de un título para quien ha marcado después de Diego el derrotero de nuestro fútbol, se hacía una necesidad imprescindible. Lionel Messi merecía ser campeón. Y todo se dio en el marco más adecuado para dejar sepultadas todas las odiseas e infortunios que parecía lo iban a perseguir hasta el final de su carrera con la camiseta albiceleste. Como toda película con tono de rosa, sobre el epílogo de la historia, apareció el muchachito para salvar definitivamente su imagen y la de los que lo rodean. Encontró en sus acompañantes la fuente de inspiración necesaria para consumar una victoria final épica y rodeada de halos especiales. Ganarle a Brasil, en el más mítico estadio del mundo, el Maracaná y en una final de Copa América es un libreto que cualquier guionista confeccionaría para su más edulcorado guion. Se transforma, de golpe, en una marca indeleble e inolvidable para ganadores y perdedores. Es un sello eterno que se incorpora al espíritu del mundo futbolero. Será a partir de hoy el partido del “gol de Di María”, del “campeonato de Messi”, del “Maracanazo argentino”…
Y obra en el ser argentino como una gran coraza que tapa la grieta. El Obelisco en la Capital y las plazas más emblemáticas de las ciudades y pueblos de nuestro bendito país fueron el fiel reflejo que el fútbol acerca las partes y nos hace olvidar, al menos por un rato, de los enconos y las posiciones opuestas y las reyertas a las que nos acostumbramos en los últimos tiempos. La pandemia nos acosa y debemos cuidarnos. Es así. Sin vueltas. Pero quedó demostrado que la pasión puede más que la razón y nos expone a riesgos que deberíamos evitar. De todas maneras, prefiero este nivel de exposición pública, que conforma un grito de unidad y no aquella que está direccionada a manifestarse para marcarnos un camino peligroso.
El fútbol argentino sabe de épicas fuertes. De emociones sublimes. Los goles de Kempes a los holandeses para festejar nuestro primer mundial. La “Mano de dios” y la insuperable corrida de Diego ante los ingleses para luego obtener el mundial del 86 son los parámetros más elocuentes que llenan el corazón argentino. Desde ahora debemos agregarle como el tercer eslabón preciado a lo que ya denominamos la “Noche eterna del Maracaná”. La felicidad es argentina. Diego desde el cielo y Lío en la tierra lo hicieron posible…