El panorama para los cruciales comicios nacionales de este año en Santa Fe está prácticamente configurado en su totalidad, al menos en los espacios políticos más competitivos. El gran interrogante sigue siendo el Frente de Todos, cuyas principales líneas internas mantienen frenéticas negociaciones para definir las candidaturas de mayor importancia.
La coalición que más definida tiene su propuesta electoral es Juntos por el Cambio. Lo que ocurra intestinamente aquí no es desdeñable. Se trata, ni más ni menos, de la fuerza que triunfó en la provincia en las últimas tres elecciones nacionales, si se cuenta el ballotage que llevó a Mauricio Macri a la presidencia. Aún con matices, las múltiples duplas que hasta ahora se presentaron en sociedad cuentan, a priori, con un relevante volumen de potenciales votantes. Eso trae consigo un riesgo: que la pareja fragmentación desate una interna cruel, que deje heridas de magnitud de cara a las generales de noviembre. Algunos incipientes fogonazos ya dan cuenta de ello.
El Frente Progresista, por su lado, intenta rearmarse del letal golpe provocado por el fallecimiento de su máximo elector, Miguel Lifschitz. Tanto es así que, como tal, esa alianza dejó de existir. El recién nacido FAP se balancea entre la necesidad de unificar la oferta y, de esa manera, dotarla de mayor solidez, y concurrir con dos listas separadas a las PASO, producto del estado de asamblea en el que ingresó el espacio al desaparecer el liderazgo indiscutido. La pérdida por la salida de los radicales NEO y la ganancia por retorno del giustinianismo supone un balance aún abierto.
La gran cuota de incertidumbre en estas horas la aporta el justicialismo. La discusión surge por la posibilidad cierta de un resultado que se supone será apretado, lo que implica la chance de una derrota y en consecuencia el ingreso de uno solo de los postulantes de la boleta de senadores. ¿Debe encabezar alguien de lealtad indubitable a la vicepresidenta, de manera tal de que haya garantías absolutas para el manejo de la Cámara Alta? ¿O la ficha debe caer en una persona vinculada estrechamente al gobernador, en tanto al fin y al cabo representante de la provincia? ¿Es posible una bisectriz, que incluya una composición plural en la nómina de diputados? ¿Qué pesa más, la marca, el candidato, el territorio? ¿Qué lapicera ordenará la interna, la rosada o la gris? ¿Se guardará Cristina Fernández de Kirchner un as bajo la manga, tan afecta como es al demoledor efecto sorpresa?
Todas estas variables están en juego en los tres grandes frentes. Con un condimento sustancial, que permanece apenas soterrado: en estas elecciones se juega la composición del Congreso para los últimos dos años del primer mandato de Alberto Fernández, pero también la conducción de cada uno de los espacios con la vista puesta en el horizonte de 2023.