La erupción del volcán interno del peronismo santafesino marcó no sólo el estado de tensión subyacente, que ahora explotó sobre la superficie, sino que también expuso ciertas linealidades en la mirada del conflicto, obturando el intento por encontrarle explicaciones al estallido.
La sorpresa por el acuerdo entre Cristina Fernández de Kirchner y Omar Perotti se inscribe en esa línea. Parte de la obviedad de que ideológicamente son distintos. Continúa por diversos episodios en que se enfrentaron, como la famosa votación por el allanamiento a la casa de la ex presidenta. Pero el final de esa enumeración excluye un dato central: ambos dirigentes llegaron a consensos electorales, en diferentes categorías, en 2011, 2015 y 2019. Lo de 2021 no es, entonces, algo inusual.
La otra equivocación surge de asegurar que Agustín Rossi, un dirigente aguerrido como pocos, que juega en las primeras líneas desde hace casi 20 años, es apenas un soldado K. Y que en su acción política, en consecuencia y más allá de su indudable filiación kirchnernista, se limita a acatar órdenes de Cristina. Sus candidaturas a gobernador en 2007 y 2011, y su postulación a diputado nacional en 2009, no fueron vistas con demasiadas simpatías por los moradores de la Residencia de Olivos en aquel entonces. Las dificultades del verense para hacer “bajar” a Santa Fe a funcionarios de primera línea en esas campañas electorales dan cuenta de ello. A propósito: el miércoles, el ministro de Educación de la Nación, Nicolás Trotta, albertista de pura cepa, firmará un convenio con el gobernador para entrega de notebooks.
¿Perotti y y la vicepresidenta soslayaron la capacidad de resistencia de Rossi? Difícil saberlo. Pero con certeza sí lo hicieron quienes promovieron inicialmente su precandidatura: los habitantes de la Casa Rosada. Al subirlo a su nominación, lograron debilitar las posturas iniciales del gobernador, quien al llegar a la mesa de negociaciones con Cristina terminó cediendo en el primer lugar en la boleta de Senadores. No hay constancia de si fue una estrategia o simplemente así fueron evolucionando las cosas, pero en concreto el resultado fue ese. Cuando, tras el acuerdo, pretendieron que el ex presidente de bloque abandone sus aspiraciones, chocaron contra una pared.
No lograron su cometido las permanentes llamadas de Santiago Cafiero, de Máximo Kirchner y del propio presidente. Tampoco las intensas movidas en los medios nacionales el lunes dándolo como ex ministro y los varios intentos por vaciarle la lista. Ante cada presión, Rossi fugó hacia adelante y redobló la apuesta con declaraciones flamígeras, en una quema de naves al mejor estilo Hernán Cortés.
El peronismo santafesino llega así con dos listas a unas PASO que, a priori, prometen ser crueles. La racionalidad indicaría que, tras el fragor del cierre de listas, debería haber un esfuerzo extra de sus más altos dirigentes por desplegar la interna de manera menos sangrienta. Sería, justamente, la adopción de una mirada menos lineal. La que permitió, por ejemplo, las victorias en el país y en la provincia. Pero las heridas son profundas y quedarán ahí, abiertas por un largo tiempo. Porque hay una dimensión que no debe olvidarse: juegan fuerte también el orgullo, los egos y los enojos personales. Al fin y al cabo, contra ciertas visiones simplificadoras, la política es una actividad profundamente humana.