La Psicología ha tomado el concepto de la simbiosis para aludir el tipo de relación que se establece entre individuos que han entablado un vínculo de codependencia. En muchas oportunidades utilizamos ese término (simbiosis) para reflejar una conexión que se da entre dos partes que se interrelacionan en forma casi perfecta. Con la necesidad del uno con el otro. Indudablemente que toda esta manifestación descripta la podemos trasladar, sin lugar a equivocarnos, a la fuerte relación entre Colón y Eduardo Domínguez.
Los cien partidos cumplidos el domingo al frente del equipo sabalero son el indicio más claro de un contacto que marca un fuerte lazo entre las dos partes. Sin lugar a dudas, el técnico le ha dado a la institución rojinegra un aporte que la posicionó en un lugar de privilegio. El título logrado el pasado cuatro de junio en San Juan, es el eslabón de oro final de una cadena de hechos positivos que cambiaron una historia necesitada de una estrella para dar el famoso "salto de calidad" que desde todas las épocas le solicitábamos al fútbol de nuestra querida ciudad de Santa Fe.
Su llegada en 2017 fue el inicio de una carrera ascendente al frente del conjunto sabalero, luego de su debut como técnico en Huracán. Transformó a Colón en un club con pretensiones altas. Comenzó a cambiar la postura de cierta comodidad en una búsqueda de objetivos que posicionen a la institución en un lugar de privilegio. La clasificación a la Copa Sudamericana y el triunfo por primera vez de un equipo argentino en el mítico Morumbí ante San Pablo, fueron parámetros demostrativos de ese particular posicionamiento. No alcanzó para el logro máximo, pero sentó las bases de un pensamiento diferente, de una idea relacionada con objetivos altos.
Sobrevino luego su salida, ante algunos cortocircuitos que siempre en este mundo del fútbol producen ciertos desgastes. Pero en su primera parte dejó a Colón con la "vara alta", como suele expresar la tribuna futbolera. Se fue en el 2018. El mundo Colón siguió su camino como debía ser, pero avatares futbolísticos y errores conceptuales llevaron a los rojinegros a situaciones complicadas, aunque paradojalmente llegó a la final de la Copa Sudamericana de la mano de otro técnico, pero con el reflejo insoslayable de lo hecho por el "Barba", cariñosamente apodado por el pueblo sabalero.
La magra cosecha en el torneo local, que lo colocó a Colón en la penúltima posición de los promedios y desaciertos en la elección de otros técnicos, derivó ineludiblemente en el retorno necesario e imperioso de quien entendía el sentimiento colonista como nadie. Eduardo Domínguez comenzó su segundo ciclo días antes que la pandemia cerrara todos los caminos de la convivencia habitual, incluido el fútbol por supuesto. Y en ese mundo que el conocía como muy pocos, transformó nuevamente lo negativo en positivo. Comenzó a reconstruir un camino que había sido obstruido por campañas irregulares. Y en esa transformación, no solo dejó expedito ese camino dañado, sino que llegó al final con las luces del éxito marcando cada huella del mismo.
En silencio, con humildad, trabajo y acertadas decisiones para cada instancia le dio al pueblo sabalero esa primera estrella que tanto atesora en su pecho lleno de pasión. Los dirigentes buscaron la salvación en quien antes había dado las señales inequívocas de cómo debe desarrollarse un trabajo ordenado en pos de un objetivo de máxima. Los cien partidos al frente de Colón no son una mera casualidad. Es la demostración de que Eduardo Dominguez, alias "El Barba", encontró en tierras sabaleras un lugar muy cómodo para sus ambiciones y aspiraciones futbolísticas. Y que los dirigentes reaccionaron a tiempo para recuperar lo perdido devolviendo a la mesa del éxito la pata necesaria para restablecer esa conexión de codependencia.
Un simbiosis casi perfecta.
El uno para el otro.