El 5 de noviembre de 2024 quedará marcado por la sorpresiva rapidez con la que Donald Trump pudo estar seguro de iniciar su retorno a la Casa Blanca. En horario de Argentina, antes de las 5 de la madrugada de este miércoles, el republicano celebró que Estados Unidos "asumió el control del país".
La campaña que ya es pasado, resultó previsible en la agenda de los contrincantes, pero atípica por el proceso accidentado en la carrera demócrata, luego de que en el mes de julio Joe Biden resolviera declinar su candidatura; primer desafío para Kamala Harris, a quien se le recortó drásticamente el tiempo para desplegar una estrategia con su sello. El segundo escollo –no sorteado– fue la fuerte asociación del votante entre la propuesta de la actual vicepresidenta y una administración Biden que finaliza con achaques generalizados hacia el problema migratorio y los picos inflacionarios registrados en el ciclo.
La confirmación de la victoria opositora es una repentina bisagra entre la incertidumbre pre–electoral y una transición que muestra con nitidez un fuerte giro en la política migratoria, que irá desde el intento de contención a la deportación masiva.
Por otro lado, sin anuncios concretos sobre la política exterior, Donald Trump avanzó con un mensaje de distensión en plena escalada bélica en diferentes puntos calientes del mundo, diciendo que "no queremos guerras, no voy a empezar una guerra, las voy a parar".
En materia económica, prometió reducir impuestos agregando que "vamos a hacer cosas que nadie puede hacer, porque nadie tiene lo que nosotros tenemos (…) con muchísima diferencia, somos el país más grande del mundo".
En perspectiva histórica, y a partir de su alusión al programa económico que implementará desde el 20 de enero próximo, Trump revivió el excepcionalismo con el que se auto–percibe la corriente conservadora que lo devuelve al poder, y que asume a los Estados Unidos como el modelo de éxito a seguir por parte del resto de las naciones.
Finalmente aparece la cuestión de relaciones entre América Latina y EE.UU. frente al nuevo escenario, con un eje genuino ya conformado entre Lula y Sheinbaum, y otro (desde la asimetría de poder) buscado por Javier Milei, entre Argentina y el país del norte continental. Aunque no conviene hacer futurismo en relaciones internacionales, los primeros indicios de la nueva era muestran en el horizonte tres efectos del resultado electoral: el Mercosur queda en una posición incierta con posicionamientos fragmentados, el gobierno argentino dará muy alta prioridad al vínculo bilateral con EE.UU. y el gobierno brasileño buscará robustecer la incidencia que los BRICS vienen ejerciendo como bloque de contención a la aún fuerte influencia estadounidense en el "sistema mundo".
Por lo pronto, Trump celebra haber triunfado para volver a conducir a la potencia tras unos comicios mucho más favorables que aquellos que lo depositaron por primera vez en la Casa Blanca, toda vez que este año, su victoria implicó no solo la del Colegio Electoral, sino también, la del voto general si se cuenta la cifra exacta de sufragios totales conseguidos por el partido republicano en todo un país que tras los esperados comicios, quedó teñido mayoritariamente de rojo.