"Nosotros somos cantores de guitarreadas" definió Roberto Canto, quien junto a su compadre Julio Paz, celebró cuarenta años de trayectoria del Dúo Coplanacu. No fue una bravuconada; mucho menos un mensaje para algunos colegas que suelen excederse en la incorporación de instrumentos hasta alcanzar el punto de la estridencia que es donde se pierde la belleza de lo simple.
Lo de Roberto Canto fue una perfecta síntesis para explicar un fenómeno que se mantiene vigente desde hace cuarenta años: cuanto menos, mejor; esa ha sido la fórmula. Un bombo de grave nocturnidad que estremece el pecho cuando Julio Paz golpea la redondez del parche y una guitarra que desde los seis rumbos sonoros pone alas a chacareras, zambas, gatos, escondidos y otros ritmos que bailan y cantan en voz de pueblo miles de jóvenes que son la base que sustenta al dúo. Un bandoneón y un violín son complementos para los climas identitarios de Coplanacu.
El violín está incorporado desde la religiosidad en el ADN musical y remite a la acción evangelizadora de San Francisco Solano. Más acá en el tiempo también a la heredad del violín sachero de Sixto Palavecino. Esto, y mucho más hay que tener en cuenta para comprender la histórica celebración de la santiagueñidad.
Luego de la definición de Roberto Canto llegó la sorpresa y el asombro cuando al girar el plato del escenario pudo verse a Peteco, a Horacio Banegas, al dúo Orellana Lucca, al gran violinista Nestor Garnica y Raly Barrionuevo. De ahí en más la plaza se convirtió en un patio de chacareras. La plaza bailó con ellos, cantó con ellos y juntos escribieron una página antológica en la historia de Cosquin. Fue tanta belleza que con seguridad, desde algún lugar habrán sonreído de placer, Andres Chazarreta, Jacinto Piedra, Sixto Palavecino, Carlos Carabajal, Luis Paredes y tantos otros que dejaron su legado.
LA HORA DEL COYUYO
Cómo si con lo vivido no hubiera alcanzado, llegó a la segunda luna el grito marrón de la chacarera. Raly Barrionuevo, displicente como quien llega a un patio se mostró en el centro del escenario rodeado de guitarras para desplegar un universo de canciones cantadas con voz de amor y de coraje. Disruptivo, transgresor, Raly no sólo tomó su guitarra y se sentó a acompañar al coro de miles de voces que cobraban altura desde la plaza, sino que también se acostó sobre el escenario Atahualpa Yupanqui como buscando una comunión con la estrellaría que colgaba del alto cielo. Zamba y acuarela, Ey Paisano, De mi madre y Luna cautiva, fueron algunos de los clásicos del repertorio de ese santiagueño que se declara también abolicionista de toda valla que separe al público del artista. Cumplida su “faena” y ante el delirio de la gente, el cantor, ovacionado, se fue de novio con una noche que recordará por siempre.
REVELACIÓN
Los ganadores del Pre Cosquin compiten durante nueve lunas por el título de revelación. Anoche, un talentoso joven rionegrino, ganador de la sub sede Lujan, logró lo que pocas veces se ve en el festival en esa categoría: se fue ovacionado y dejó su nombre puesto como candidato para llevarse esa distinción tras cantarle bellamente al valle frutal de Río Negro.
HEREDERAS
Silvia Lallana, Roxana Carabajal, Éli Fernández y Cecilia Mezzadra conformaron un cuarteto cuyo valor estético fue reconocido por el exigente público coscoino. Ojalá la propuesta no sea comienzo y despedida porque la gente merece volver a escuchar ese ensamble de voces femeninas que reconcilian con el buen gusto por el arte.
WIPHALAS EN EL CIERRE
La segunda luna cerró con los ritmos de la puna, antesala del gran silencio americano como la llamaba Atahualpa. Bruno Arias desplegó una colorida puesta en homenaje a los pueblos originarios. Con las wiphalas flameando en la madrugada se fue la excelente segunda noche del Cosquin 2025.