“Los nuevos beatos sufrieron y dieron su vida, oponiéndose a un sistema ideológico que rechazaba la libertad y coartaba los derechos fundamentales de la persona", recordó el Pontífice ante los cerca de 80.000 fieles que acudieron a la pequeña ciudad de Blaj, en la región de Transilvania, capital espiritual de la Iglesia greco-católica en Rumanía que, a diferencia de la Iglesia Ortodoxa rumana, rechazó someterse a la dictadura comunista y separarse de Roma.
"Ante la feroz opresión del régimen, los obispos mártires manifestaron una fe y un amor ejemplar hacia su pueblo. Con gran valentía y fortaleza interior, aceptaron ser sometidos a un encarcelamiento severo y a todo tipo de ultrajes, con tal de no negar su pertenencia a su amada Iglesia", dijo Francisco durante la ceremonia de beatificación.
En el emblemático 'Campo de la Libertad', donde más de 40.000 personas se reunieron en 1848 para exigir el reconocimiento de la identidad del pueblo rumano, el Pontífice presidió la ceremonia a la que asistieron el presidente de la República de Rumanía, la primera ministra y varios miembros del Gobierno.
Esta explanada representa también un símbolo a favor de la libertad religiosa. Durante las celebraciones del primer centenario de la revolución, el régimen comunista exigió a los fieles de la Iglesia grecocatólica y de la Iglesia católica de rito latino rechazar su fe y unirse a la Iglesia Ortodoxa rumana.
El entonces obispo Ioan Suciu, abandonó la manifestación en señal de protesta, lo que supuso el inicio de la persecución contra los obispos 'rebeldes'. "No os dejéis embaucar por los comités, por las palabras, las promesas y las mentiras y resistid con firmeza en la fe por la que han derramado su sangre vuestros antepasados", dejó escrito Suciu, fallecido en 1953 después de pasar años encarcelado y en aislamiento.
Suciu, fue uno de los siete obispos mártires elevados a los altares este domingo con una solemne liturgia de rito oriental. La iglesia grecocatólica fue el credo más perseguido durante la dictadura comunista en Rumanía.
En 1948, el Gobierno la prohibió oficialmente, confiscó todas sus propiedades y encarceló a muchos sacerdotes y obispos que rechazaron unirse a la Iglesia Ortodoxa, controlada por el régimen y separada de Roma. Uno de los represaliados declarado beato este domingo fue el obispo Valeriu Traian Frentiu, que murió en prisión en 1952 al igual que el obispo Alexandru Rusu, quien falleció en la cárcel después de ser acusado de traición.
Tito Livio Chinezu fue consagrado obispo en la clandestinidad después de ser sometido a años de trabajos forzados. Vasile Aftenie fue torturado y murió encarcelado en 1950, como Ioan Balan, que vivió en aislamiento hasta su fallecimiento en 1959.
El último de los mártires fue Iuliu Hossu, quien murió entre rejas en 1970 con 85 años. Tres años después, el papa Pablo VI desveló que Hossu había sido nombrado cardenal en secreto un año de su muerte.
Durante la ceremonia, Francisco advirtió que el desafío actual no proviene del comunismo sino de las "nuevas ideologías que de forma sutil buscan imponerse y desarraigar a nuestros pueblos" de sus tradiciones culturales y religiosas. "Colonizaciones ideológicas que desprestigian el valor de la persona, la vida, el matrimonio y la familia y dañan con propuestas alienantes, tan ateas como en el pasado", aseguró el Pontífice.
"Entonces todo se vuelve irrelevante si no sirve a los propios intereses inmediatos empujando a las personas a aprovecharse de otras y a tratarlas como meros objetos", añadió. Por la tarde, antes de regresar a Roma, el Papa se reunió con varias familias representantes de la comunidad gitana en Rumanía, donde actualmente se calcula que viven entre uno y dos millones de romaníes, aproximadamente el 3% de la colación del país.
Una minoría étnica que según el Pontífice sufre "el peso de las discriminaciones, de las segregaciones y de los maltratos", también por parte de muchos cristianos y católicos.
En nombre de la Iglesia, Francisco pidió perdón "por todo lo que a lo largo de la historia os hemos discriminado, maltratado o mirado de forma equivocada, con la mirada de Caín y no con la de Abel, y no fuimos capaces de reconoceros, valoraros y defenderos en vuestra singularidad" (El mundo)