A las respuestas habituales sobre para qué sirve un censo habría que agregarle otra de carácter menos estadístico: para demostrar la capacidad inigualable del Estado. 600 mil trabajadores públicos recorrieron 15 millones de viviendas para recolectar información de más de 45 millones de personas.
¿Alguna empresa puede realizar semejante faena? Claramente no.
Sólo el Estado, mediante la articulación de sus diferentes niveles, puede desplegar un operativo de esta magnitud. Pero además, hacerlo exitosamente. Lo cual no implica que no haya habido errores y traspiés tanto en su diseño como en su ejecución. Ello no impide señalar que las metas fueron, en líneas generales, alcanzadas.
Hay otro ejemplo cercano en el tiempo de la potencia estatal. De un volumen aún mayor y sin demasiado tiempo para su organización. Y seguramente de una importancia más elevada, en tanto y en cuanto se trataba de la diferencia entre la vida y la muerte de millones de personas. Se trata de la campaña de vacunación contra el Covid, desde ya.
En un contexto sanitario y económico absolutamente hostil, con los países más poderosos del mundo volcados brutalmente al acaparamiento, el gobierno nacional consiguió vacunas, generó la logística para distribuirlas a todo el país y articuló con las Provincias para que desarrollen la inoculación masiva en centros que florecieron como hongos en todo el territorio argentino. Quienes concurrieron a recibir los sucesivos pinchazos pueden dar cuenta de la eficacia, celeridad y buen trato con que fueron atendidos en esa verdadera gesta histórica.
Por supuesto que hubo equivocaciones. La mayor apuesta de la campaña de vacunación, AstraZeneca, tuvo una mora de varios meses en la entrega de su producto y por eso mismo la llegada de la segunda ola resultó letal. Claro que, en este caso, el gobierno tiene justificativos atendibles: al cerrarse los contratos, en medio de la escasez, todo se hacía sin brújula. Hubo otros resbalones inaceptables, como el denominado Vacunatorio VIP, que terminó ensombreciéndolo todo. Similar al cumpleaños fotografiado y filmado de la primera dama en plena cuarentena, en un ejercicio de irresponsabilidad difícil de empatar por parte del presidente.
Pero, en perspectiva, esos manchones no deben empañar un esfuerzo público sin precedentes. Ese éxito fue posible porque la sociedad, de manera muy mayoritaria, acompañó. Al igual que en el censo. Y eso ocurrió pese al grosero boicot impulsado desde una enorme porción de medios de comunicación y un segmento no menor del sistema político. Cuidado con pensar que fueron sólo los grupúsculos antivacunas. En Santa Fe, sin ir más lejos, se publicó que la madre del gobernador había recibido el líquido salvador por acomodo, invento que fue replicado por dirigentes del más amplio espectro.
El tamaño de la respuesta social fue equivalente a la magnitud del fracaso de esas maniobras. Se podrá decir, con una mirada exigua, que los objetivos de los promotores de la mentira fueron alcanzados: el escándalo, la bronca y la desazón reinan desde hace años en la Argentina. Pero si se observa más ampliamente, y aún con el pésimo humor social ya reseñado, la gente en nuestro país mantiene su vínculo con el Estado. Herido, golpeado, ensuciado. Pero ahí está. Las decenas de millones de personas que se vacunaron y completaron el censo son prueba fiel de eso.
No saldrá en las estadísticas, pero es un dato.