La pandemia dejó huellas profundas en el mundo del trabajo, y una de las más graves es el aumento del síndrome de burnout en Argentina. Aunque no es nuevo, este fenómeno cobró una dimensión alarmante en los últimos años, lo que motivo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo reconociera oficialmente como un problema asociado al entorno laboral.
En el país, los casos se dispararon especialmente en sectores esenciales como la salud y la educación. Según un relevamiento de la Facultad de Psicología de la UBA realizado en 2023, 6 de cada 10 trabajadores de la salud presentan signos de agotamiento emocional, y un 40% reconoce sentirse al límite.
Este trastorno, que combina agotamiento emocional, despersonalización y sensación de fracaso profesional, afecta cada vez más a los trabajadores argentinos en un contexto de creciente incertidumbre económica, pérdida de derechos laborales y reducción del Estado.
Para las y los especialistas, el problema excede lo individual, la precarización laboral y la presión por sostener un ingreso agrava la situación.
¿Qué es el burnout y por qué preocupa?
La Organización Mundial de la Salud definió en 2019 al burnout como un fenómeno relacionado con el trabajo, causado por estrés crónico mal gestionado. Aunque no se clasifica como una enfermedad mental, sus consecuencias sí lo son: ansiedad, depresión, insomnio, enfermedades físicas y, en casos extremos, ausentismo prolongado o renuncias forzadas.
En Argentina, la situación no es nueva,sin embargo, en los últimos meses se agravó, particularmente tras la asunción del presidente Javier Milei, cuyo programa económico liberal trajo consigo ajustes fiscales, despidos masivos y un fuerte recorte en áreas sensibles como salud, educación y políticas sociales.
Los datos preocupan
Según una encuesta realizada por la consultora Bumeran en marzo de 2024, el 82% de los argentinos activos laboralmente dice sentir altos niveles de agotamiento emocional, y el 61% afirma que su trabajo le genera ansiedad o angustia.
Entre los más afectados se encuentran las y los trabajadores estatales, profesionales de salud y educación, y empleados del sector privado.
"Las personas llegan al consultorio con síntomas claros de burnout: insomnio, taquicardia, llanto sin causa aparente. Pero detrás de eso hay una pregunta existencial: ¿para qué estoy trabajando?", señala la psiquiatra Carolina Rivoira, miembro de la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM).
El impacto del gobierno actual
Desde su campaña, Milei defendió una política de "shock" económico, con la premisa de reducir el déficit fiscal. Esto se tradujo en la suspensión de contratos en el Estado, cierre de programas sociales, congelamiento de salarios y un fuerte discurso contra los sindicatos y "la casta".
En marzo de 2025, el Ministerio de Capital Humano informó que más de 15.000 contratos en el Estado nacional no serían renovados, lo que generó angustia e inestabilidad entre miles de familias. Al mismo tiempo, la Ley Bases y el DNU 70/2023 promueven flexibilización laboral, lo que en la práctica significa menores derechos y mayor presión sobre los trabajadores.
"La reforma laboral que propone el Gobierno es funcional al burnout: más horas, menos seguridad, y sin espacio para el cuidado de la salud mental", advirtió el abogado laboralista Héctor Daer, vinculado a la CGT.
¿Qué está haciendo el Estado?
A pesar de que el burnout afecta la productividad y tiene impacto económico, no existe aún una política pública nacional que lo aborde directamente la problemática. Tampoco se lo reconoce como enfermedad laboral en la Superintendencia de Riesgos del Trabajo, lo que deja a los trabajadores sin cobertura por parte de ART. Contrariamente, se observa una tendencia a desestimar las causas estructurales del agotamiento.
¿Hay salidas?
Algunas organizaciones gremiales y ONGs están comenzando a incorporar protocolos de prevención del burnout, y en redes sociales se multiplican las campañas de concientización.
En el sector privado, algunas empresas tecnológicas y startups implementaron medidas de bienestar como días libres por salud mental, pausas activas y acompañamiento psicológico, pero son la excepción.
Las y los especialistas insisten en que la solución no puede recaer solo en el individuo, sino que debe haber una transformación cultural y política.
La falta de límites claros entre lo laboral y lo personal, sumada a la tecnología que mantiene a los trabajadores conectados las 24 horas, también juega un rol clave.
