En las viejas películas de espionaje de Hollywood siempre aparecían como una caricatura grotesca los torpes espías alemanes durante la Segunda Guerra Mundial o los soviéticos, hasta la caída del muro de Berlín. Parece ser que ahora los nuevos espías no tienen caras ni nombres, y la nacionalidad de estos se adecúa a la realidad política de cada situación. Es así como en Estados Unidos todavía están investigando si Rusia intervino para manipular las redes sociales durante las últimas elecciones con el objetivo de influir en los resultados.
Hoy el espionaje ha mutado. Ya no se trata solo de infiltrar físicamente a un agente dentro de las filas del enemigo sino de utilizar la tecnología más sofisticada para destruir enemigos políticos internos.
A fines de enero de este año hubo una conferencia internacional sobre ciberseguridad en Israel, que fue inaugurada por el primer ministro Benjamín Netanyahu, quien explicó con orgullo que —después de Estados Unidos— su país alberga a las 500 empresas de seguridad cibernética más importantes del planeta. Entre los expositores estaba Erel Margalit, exdiputado del parlamento israelí, quien reveló el mecanismo del espionaje combinado de una potencia extranjera con un factor local y la participación activa de periodistas. Según Margalit, interviene un “agente externo”, es decir, alguien de otro país; un “jugador interno”, o sea alguien de la política de dicho país, y se complementa con la difusión periodística.
Dicho y hecho. No pasaron ni dos meses de la conferencia y un canal de televisión israelí informó que la República Islámica de Irán había logrado espiar el teléfono de Benny Gantz, el principal opositor a Netanyahu en las elecciones generales del próximo 9 de abril. En las filas opositoras acusaron al primer ministro de querer difamar a su rival. Después de rechazar la acusación, Netanyahu se burló de Gantz al decirle “si no puede proteger su teléfono, cómo podrá defender nuestro país”.
Muy lejos de allí, en Argentina, también parece repetirse el mecanismo de espionaje. En este caso se trata de las alegaciones de un falso abogado que presuntamente se presentaba como agente de inteligencia vinculado a los Estados Unidos y a Israel y que tenía relaciones con uno de los fiscales más importantes del país, el mismo que maneja las principales causas penales contra la expresidenta Cristina Fernández y ordenó su detención, impedida porque ella goza de fueros parlamentarios por ser senadora en la actualidad.
Como en Israel, en un año electoral. Como en Israel, la oposición denuncia un entramado para incidir en las elecciones, en este caso por la posible candidatura de la expresidenta. Como en Israel, desde el gobierno lo niegan.
El personaje del Súper Agente 86 del cineasta Mel Brooks nos hizo reír durante décadas por su ingenuidad. Hoy los políticos tiemblan, porque ya no saben quién espía a quién ni quién está detrás en las sombras.
Por Pedro Brieger, columnista especializado de LT9 y Director del portal Nodal.am
Nota original en: cnnespanol.cnn.com