Carcel fue creada por Veronica D'Souza (CEO y fundadora) y Louise van Hauen (directora creativa y socia) durante un viaje que ambas hicieron a Nairobi, Kenia, donde vivieron de cerca la realidad de las cárceles de mujeres.
D'Souza descubrió que, en la mayoría de los casos, las internas terminan tras las rejas debido a un círculo de pobreza interminable. A partir de entonces comenzó a trabajar en un proyecto con el objetivo de trascender ese círculo de pobreza a partir de la dignidad y no de la caridad. "Carcel es un emprendimiento que no está configurado como una obra de caridad, sino como un negocio social", subraya D'Souza.
De los países nórdicos al mundo
Sus colecciones tienen una impronta simple y a la vez chic, fiel al estilo danés. Hay dos líneas, una de lana y otra de seda, la primera está confeccionada con lana peruana de alpaca y completamente realizada por mujeres recluidas en la cárcel de Cusco, en los andes peruanos, un lugar en el que los materiales y las puntadas de la más alta calidad confluyen con las tasas más elevadas de encarcelamiento femenino. La línea de ropa de seda está hecha por las internas de la ciudad tailandesa de Chiang Mai.
La mayoría de las mujeres involucradas en el proyecto proviene de comunidades de bajos ingresos, con escasos niveles de educación y una posición social y cultural muy marginada. Cumplen condenas por delitos como el narcotráfico, el robo o la prostitución. Con este emprendimiento, el tiempo perdido en prisión se transforma en algo productivo y empoderador para ellas y sus hijos y, sobre todo, las ayuda a romper el ciclo de pobreza y marginalidad.
El proyecto Carcel está aprobado por los ministerios de justicia locales y toda la fabricación de principio a fin se maneja sin intermediarios para garantizar los costos, la ética del programa y la transparencia del proceso.
Cada trabajadora borda su nombre en la etiqueta de cada prenda para garantizar el origen y estándar del producto. También tienen un diario online donde documentan historias de vida y novedades de la marca.
Fuente: Valeria Burrieza / La Nación