El problema del hambre en el mundo en general, y en Argentina en particular, requiere de un análisis profundo y crítico. Instintivamente, la palabra “hambre” causa angustia: la gran mayoría de nosotros no podríamos sostener la mirada de alguien hambriento y el solo hecho de imaginarnos a algún ser querido en esa situación nos desesperaría. Estas emociones y reacciones absolutamente naturales tienen soportes jurídicos, éticos y biológicos tan sólidos que calan en lo más profundo de nuestra condición humana. Sin embargo, en estos tiempos, donde la vorágine del día a día nos enfrenta con problemas coyunturales que demandan resoluciones puntuales, inmediatas y eficientes, con frecuencia nos olvidamos de las preguntas trascendentales y esquivamos la inequívoca reacción de intentar dar respuestas que justifiquen lo obvio.
Así, desde mi condición de ciudadano que ejerce el oficio de científico, planteo una pregunta sencilla y terrible: ¿Por qué está mal que haya hambre?
La respuesta inmediata es: “Porque está mal y punto”. La cuestión no necesita más análisis, como si fuera un postulado fundamental de la especie humana. Sin embargo, existen otros análisis que buscan explicar en forma más racional esta respuesta instintiva.
La primera cuestión es reflexionar acerca de la palabra en sí misma. Según la Real Academia Española, “hambre” se define como “las ganas y la necesidad de comer”.[1] Esa definición, claramente, no tiene una connotación apropiada a nuestras emociones: lo más normal del mundo es tener ganas y necesidad de comer en algún momento, todos los días de la vida. La palabra “desnutrición”, cuando se la emplea en contextos de gravedad social, define mucho mejor el significado contextual y emocional que le damos al vocablo “hambre”. El problema, entonces, es la desnutrición. El hambre es apenas un síntoma que se cura con un trozo de pan. La desnutrición es una condición de insalubridad compleja.
Según la OMS la desnutrición incluye la emaciación, el retraso del crecimiento y la insuficiencia ponderal. Alrededor del 45% de las muertes de menores de 5 años tienen que ver con la desnutrición. Se calcula que 462 millones de personas tienen insuficiencia ponderal, 52 millones de niños menores de 5 años presentan emaciación, 17 millones padecen emaciación grave y 155 millones sufren retraso del crecimiento [2]. Estos números fríos, tan fácilmente interpretables desde la matemática, son imposibles de dimensionar a escala social.
Habiendo identificado el problema y dimensionada su magnitud, nos preguntamos ahora como es que la humanidad ha llegado al punto de discutir la legalidad del hambre. Los que tenemos la fortuna de vivir estos tiempos estamos presenciando un hecho único, tal vez el más importante, en toda la historia —y la pre-historia— de la humanidad. Desde los albores de la aparición del Homo Sapiens en la faz de la Tierra hace unos 315.000 años [3], siempre algún sector de la población ha sufrido desnutrición. De hecho, la carencia de alimentos puso un enorme freno al crecimiento poblacional de los primeros humanos. Simplemente, no había lo suficiente para alimentar a todos. Al mismo tiempo, esta necesidad fue el motor intelectual que propició el desarrollo de la agricultura y la ganadería, lo que mejoró sustancialmente la situación [4]. Sin embargo, la producción global de alimentos siempre se mantuvo por debajo de la necesidad. Y no fue sino hasta las últimas décadas del siglo XX que la producción global igualó a la necesidad y solo al inicio de esta centuria la supera por primera vez [5]. Hoy, por primera vez en el desarrollo de la humanidad, podemos estar seguros de que hay comida suficiente para todos.
Entonces, que el 45% de las muertes de menores de 5 años se relacionen con la desnutrición puede catalogarse como la inmoralidad y la injusticia mas grave y extensa del planeta.
Después de la 2º Guerra Mundial, los países del mundo crearon la Organización de las Naciones Unidas, con el fin de resolver los conflictos globales por vías diplomáticas. En ese marco se definieron los derechos humanos fundamentales [6]. Los garantes del respeto de tales derechos son los estados signatarios de tal declaración, Argentina incluida.
El artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece que “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación,…”. Por otro lado, el artículo 2 garantiza que “Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.”. En conclusión, todos los seres humanos del mundo tenemos derecho a una buena alimentación tan solo por el hecho de ser, justamente, seres humanos. Nada mas que nuestra condición humana nos debería asegurar el derecho a la alimentación. Y son los estados quienes se obligan garantizarlo.
En esta instancia corresponde analizar éticamente la situación. El Homo Sapiens es un animal gregario, solidario y cooperativo, y constituye sociedades basadas en el intercambio. El hecho de existir un derecho innato a la alimentación implica la obligación ética de contribuir a la prosperidad social, aportando algún bien de intercambio basado en el trabajo. Trabajo que, conceptualmente, debe ser interpretado como una moneda básica, siendo su transformación en dinero una forma práctica, pero no única, de acceso al sistema de intercambio. Surge, con lógica, que el derecho a la alimentación y al bienestar general debe complementarse necesariamente con otros derechos fundamentales, tales como el derecho al trabajo y al salario digno, y el derecho a la propiedad individual y colectiva —artículos 23 y 17 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos—. Así llegamos a la conclusión de que la desnutrición, el desempleo y la condición de desposeído pueden ser catalogados como delitos de lesa humanidad. Y son los estados los que están obligados a generar las condiciones apropiadas para que los seres humanos podamos trabajar, recibir un salario digno por esa labor, y a ser propietarios en forma individual y/o colectiva de los bienes básicos necesarios para el desarrollo integral individual y la prosperidad de nuestras sociedades.
Son graves y duraderas las implicancias de la desnutrición en el desarrollo de los países: para las personas, las familias, las comunidades, los pueblos, las culturas y los países. No existe ningún país que haya alcanzado la categoría de “desarrollado” con alguna parte de su población desnutrida. La desnutrición es un lastre social tremendo que impide el desarrollo. Los ejemplos históricos son muchos. Basta remitirse a la historia de los países europeos que, aun con la enorme riqueza extraída de América y África, no pudieron desarrollarse sino hasta bien entrado el siglo XIX, cuando resolvieron los ciclos de hambrunas con la expulsión de los excedentes de población hacia sus ex-colonias [7] y el posterior incremento de la producción de alimentos mediante el uso racional de la tierra y la tecnificación de las explotaciones agrícolas y ganaderas. Más cercano en el tiempo, observemos el vertiginoso desarrollo de China, el cual solo pudo ocurrir luego de que el gran país asiático hiciera tremendos esfuerzos —con un costo humano formidable— para resolver su histórico problema de hambruna crónica aplicando, por ejemplo, la política del hijo único [8] y enormes inversiones en el desarrollo de variedades de arroz más productivas y nutritivas.
Claramente, la resolución de la desnutrición es una condición necesaria pero no suficiente para el desarrollo. El caso argentino es uno de los más emblemáticos y contradictorios. Por un lado, nuestro país tiene serios problemas de desnutrición y estamos estancados en el desarrollo. Por otro lado, el pais rebalsa de alimentos y tiene un enorme capital humano e intelectual ocioso. Por lo pronto, la sociedad y el estado reconocen el problema y, enhorabuena, diseñan políticas del tipo “Argentina contra el hambre” [10]. ¿Será este el momento de erradicar el hambre de nuestro país y dar nuestro gran salto al desarrollo?
Ignacio Rintoul
++El autor es científico, y conductor del Micro CienciAbierta
Agradecimiento: A mi colega y amigo Ricardo Plank por sus correcciones y sugerencias.
Referencias
1. https://dle.rae.es/hambre
2. https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/malnutrition
3. Callaway, Ewen (2017). «Oldest Homo sapiens fossil claim rewrites our species' history». Nature (en inglés). doi:10.1038/nature.2017.22114.
6. https://www.un.org/es/about-us/universal-declaration-of-human-rights
7. https://www.argentina.gob.ar/interior/migraciones/museo/el-camino-de-los-inmigrantes
8. https://apuntesdedemografia.com/polpob/maltusianismo/china-y-el-hijo-unico/
9. http://www.fao.org/3/V4730S/v4730s01.htm
10. https://www.argentina.gob.ar/argentina-contra-el-hambre