Llegó el cierre de una campaña electoral atravesada por las anomalías propias de una pandemia atroz, que pese al indiscutible progreso del masivo proceso vacunatorio, se resiste a replegarse definitivamente.
Al agotamiento y hartazgo social, cuyas causas deben buscarse en la peste pero no solamente allí, se le suma la dificultad para la tarea proselitista clásica por las propias restricciones que impuso el Covid: la búsqueda del voto a través del cara a cara con la ciudadanía sólo se pudo desplegar, y no sin limitaciones, en las últimas semanas.
En consecuencia, la importancia de la comunicación audiovisual y, especialmente, las redes sociales, adquirió un volumen inédito, más allá de ser una tendencia consolidada desde hace añares. Más aún, cuando se trata de figuras con escasos niveles de conocimiento social, que necesitan instalar su nombre y cara con extrema rapidez. O aquellas candidaturas sostenidas en una fama previa, que exigen golpes de efecto constantes para sostenerse en el candelero mediático.
Esa lógica tiene sus contraindicaciones. No solamente que la campaña estuvo hegemonizada por la pobreza de contenidos, lo cual resulta indiferente en términos cruelmente pragmáticos para quienes logran el objetivo buscado, sino que a veces esa dinámica deriva en un tiro por la culata: la política del mensaje corto, simplificado y estridente es vulnerable cuando no hay demasiada sustancia debajo.
Ese pandémico terreno resbaladizo afecta decisivamente a los pronósticos que devienen de las encuestas, aún aquellas hechas con alguna dosis de honestidad. No es una novedad que las consultoras de opinión pública tuvieron severos inconvenientes para captar votantes deseosos de responder a sus interrogatorios. Se puede sospechar, entonces, que quienes sí accedieron a las consultas, mayormente telefónicas, son personas con especial interés en las elecciones. Los politizados, para decirlo en criollo. Hay allí un sesgo que debería matizar los resultados difundidos.
Todo lo antedicho no equivale a aseverar que hubo una campaña totalmente desprovista de profundidad. En la provincia de Santa Fe, por ejemplo, si bien por ráfagas y en no todos los segmentos políticos, se debatió sobre producción industrial, desarrollo agropecuario, distribución del ingreso, intervención pública en la economía, federalismo, estado de las instituciones republicanas, roles de Nación y Provincia en diferentes ámbitos y varios aspectos más que conciernen a la vida cotidiana y concreta del electorado.
Posiblemente, ya resueltas las internas y ordenadas las listas, hacia noviembre se puedan proyectar discusiones más sabrosas y extendidas en el sistema político. Vacunación mediante, con una sociedad menos malhumorada y con mayor predisposición a cumplir con el sagrado derecho y deber de expresar su voluntad colectiva. No es optimismo bobo, hay antecedentes de sobra. En Argentina, felizmente, la modernidad líquida suele encontrar límites infranqueables.