Las redes sociales han significado un salto importante en la historia de cómo nos vinculamos a través de las tecnologías. El boom vino con la red social Facebook, cuya historia, significado y modo de uso conoce ya un gran porcentaje de las personas con acceso a una computadora o a un celular.
Un informe realizado por Andrés Piazza para Observacom (Observatorio Latinoamericano de Regulación, Medios y Convergencia) señala, a partir de datos de diferentes fuentes, que un 82,5 % de quienes tienen acceso a internet en Argentina utiliza redes sociales.
La plataforma más utilizada es WhatsApp, seguida de cerca por Facebook, ambas con más de un 80% de usuarios y usuarias. Instagram, más abajo en el ranking, cuenta con menos del 60 %, pero es la preferida por las generaciones más jóvenes.
Tan sólo Facebook e Instagram concentran el 91,5 % de las interacciones en redes sociales.
Todas estas plataformas pertenecen al grupo ahora llamado Meta – antes se llamaba Facebook, como la misma plataforma –, presentado hace pocos días por su famoso dueño, Mark Zuckerberg.
El relanzamiento de la compañía, según se anunció, tiene la intención de moverse hacia el futuro de internet. Los críticos leyeron en el cambio de nombre una “lavada de cara” de la empresa, después de varios problemas técnicos y de importantes denuncias de violación a la privacidad de sus usuarios.
El caso más publicitado fue el de Cambridge Analyticia, donde The New York Times, The Guardian y The Observer probaron, en 2018, que Facebook vendió información de sus usuarios y permitió que su plataforma se utilice para influir en la opinión pública en favor de las campañas políticas de Donald Trump, y en Argentina, de Mauricio Macri.
El último escándalo, de abril de este año, fue el de la filtración de los datos de 533 millones de usuarios de la plataforma. Los datos expuestos fueron números telefónicos, correos electrónicos y ubicaciones, entre otros.
Pero no es solo una cuestión de seguridad personal. El gran apagón de Facebook ocurrido en octubre de este año – tan importante fue que cuenta con su propia entrada en Wikipedia –, puso en evidencia el peligro de que nuestra comunicación dependa de una sola empresa. Muchas personas incluso dependen de las plataformas de Zuckerberg para sus emprendimientos y trabajos, por lo que el problema se vuelve todavía más importante.
Esta situación significa, sencillamente, que en términos de los usos de internet que elegimos, no poseemos soberanía tecnológica.
El modelo de Facebook, Instagram y WhatsApp es “centralizado”, lo que significa que las plataformas (y los registros de nuestros usos en ellas) están en servidores que trabajan de forma unificada, aunque se encuentren dispersos por el mundo.
Nosotros podemos sólo ser usuarios de estas tecnologías en un sentido bastante restringido. No podemos “apropiarnos” de ellas, en el sentido de instalarlas en nuestros propios servidores y modificarlas. Yo no puedo armar mi versión de Facebook utilizando su tecnología. Tampoco podemos solicitarle a Facebook que incorpore, modifique o descarte una función.
A su vez estas redes son no sólo de empresas privadas, sino que son “software privativo”, en el sentido de que nadie puede auditar el código del software para saber si estas plataformas efectivamente hacen lo que dicen hacer, y no incurren, por ejemplo, en prácticas como escuchar los micrófonos de nuestros dispositivos o activar la cámara de nuestra notebook cuando creemos que está apagada.
Si alguien tiene dudas de que esta empresa es capaz de cosas por el estilo, puede visitar el film Snowden (2016) de Oliver Stone, una versión ficcionada pero no por eso menos impactante de la historia de Edward Snowden, ex empleado de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos que reveló cómo leer nuestras conversaciones de Facebook es una práctica más que habitual para el país del norte.
Sin embargo, a pesar de lo que un análisis rápido de la situación de estas redes sociales podría dictar, el problema de fondo no se traza en las coordenadas “empresas privadas vs Estado”. Es decir, en la vereda de enfrente de Zuckerberg y compañía no se plantea que de todo esto deba hacerse cargo directamente el Estado, que, de paso, en el último tiempo también ha mostrado problemas en el resguardo de la información de la ciudadanía.
La alternativa viene desde abajo: existen iniciativas de comunidades de software libre que han creado y puesto en funcionamiento “redes sociales libres”, de funcionamiento “federado”.
Esto quiere decir que es una tecnología cuyo código es accesible, y a la vez quien quiera puede bajarse el software, instalarlo en un servidor y poner a andar su propia red social, con sus propias normas. Estas redes funcionan en “instancias” que se conectan entre sí, entonces mi red social se conecta con la de otras comunidades, formando parte de lo que se llama el “fediverso”, o el universo de redes federadas.
Estas iniciativas existen y funcionan muy bien, con el caso testigo de Mastodon, cuyas funciones son similares a las de Facebook o Twitter, o PeerTube, de funciones similares a las de YouTube.
La paradoja se encuentra en que, para que más personas se sumen a estas redes sociales libres y federadas, es necesario que seamos más quienes las utilizan. Las redes sociales privativas han logrado que las personas sientan que, de no estar en ellas, se estarían perdiendo de grandes cosas. Y esa captura es la que hace cada vez más difícil una migración masiva a las redes libres.
¿Qué pasará con estos problemas en el futuro? Los gobiernos deberán, por un lado, exigirle a las redes sociales privativas que rindan cuentas sobre la privacidad de los datos de la ciudadanía, así como sobre el resguardo a la libertad de expresión. Por el otro, deberán apoyar la creación y sostenimiento de más iniciativas de redes sociales libres y federadas, que permiten efectivamente que los pueblos se apropien y hagan uso de las tecnologías de comunicación.
Usar aunque sea en grupos reducidos las redes libres como Mastodon permite generar espacios por fuera del gran ojo vigilante de Zuckerberg y sus empresas.
A fin de cuentas, la salida a este laberinto estará en la capacidad de organización de los movimientos activistas, así como en la posibilidad de que la ciudadanía comience a visualizar la importancia de ser soberanos, también en lo que respecta a nuestra información y tecnologías.