No hay que ser demasiado perspicaz para advertir el clima de época que se intenta instalar, objetivo que, al calor de una inflación del 100%, efectivamente se alcanza. Se ve, escucha y lee de manera abrumadora en los medios de comunicación más poderosos, buena parte del sistema político e incluso en “la calle”. El relato no es nuevo: el Estado es un ogro elefantiásico, hipertrofiado e ineficiente cuya única función es meterle la mano en el bolsillo a la gente que trabaja y produce para mantener a una caterva de ñoquis, planeros, políticos y parásitos de toda índole. Ante esta desgracia, la solución es evidente: hay que pasar a degüello a todo lo que huela a estatal. O por lo menos reducirlo a su mínima expresión, en la diplomática mirada de las blancas palomas liberales.
Desde ya que esta visión, sencilla pero efectiva, no se ajusta a la realidad. O no en todos los casos. Para evitar el guitarreo, que es muy agradable en una peña folclórica pero desaconsejable para escudriñar el contexto, vayan dos ejemplos para argumentar esta afirmación. Dos casos, además, de la provincia de Santa Fe. Y que celebraron aniversarios en los días recientes.
Uno de ellos es el Laboratorio Industrial Farmacéutico de Santa Fe. La fábrica de medicamentos y afines de la Provincia. Cumplió nada menos que 75 años hace un par de semanas. Nació al calor de la política revolucionaria del primer peronismo, encarnada en su costado sanitario en el inolvidable Ramón Carrillo. Atravesó administraciones del más diverso pelaje, en variadísimos contextos, altro que política de Estado. Hoy no sólo provee insumos al sistema de salud santafesino, sino que además compite en licitaciones de otras jurisdicciones e incluso a escala nacional. Produce desde misoprostol hasta repelente y ahora también protector solar. Es una empresa pública, funciona bien.
Anotación al margen: el gobierno de Omar Perotti es, razonablemente, objeto de intensos reproches por diversas disfuncionalidades en unas cuántas áreas, pero su perfil productivista se hace sentir. El LIF recibe ese influjo: más que duplicó su participación en el presupuesto provincial en relación a 2019.
Ya que se menciona a esta gestión, tan cascoteada con y sin justicia, hay un programa nacido hace dos años que sirve también como contraejemplo de la renovada moda antiestatal. Es el Boleto Educativo Gratuito, tal vez la política menos discutida de la gestión del rafaelino. Casi 300 mil usuarios y usuarias, la gran mayoría mujeres. 8 mil millones de pesos de inversión pública. Plata en el bolsillo de estudiantes, docentes y asistentes escolares, que no va a parar a una off shore en Bahamas o al Contado con Liqui sino al comercio de la esquina. Carambola de mayor acceso a la educación y combustible para el mercado interno. Si el LIF se consolidó como política de Estado, habría que hacer el esfuerzo para que el BEG recorra el mismo camino.
Apenas dos casos, dirán unos. Son las excepciones que confirman la regla, apuntarán otros. Falso: el esfuerzo, el valor y la eficacia de miles de trabajadoras y trabajadores públicos durante la pandemia contrastan con ese prejuicio. Los grandes vacunatorios, donde la población fue atendida con amor y profesionalismo, es una muestra reveladora al respecto.
Eso no significa en modo alguno que el Estado en sus distintos niveles, de manera coyuntural pero también estructural, no presente deficiencias, en algunos aspectos severísimas. Pero se hace menester tener presentes los ejemplos aquí señalados, entre tantísimos otros, para evitar menearse alegremente al compás de la música que precede a la demolición.
*El autor del artículo es periodista y se desempeña como columnista en diferentes medios.