— División Noticias LT9
El 11 de septiembre de 2001, alrededor de las 8 de la mañana, 19 yihadistas de Al Qaeda secuestraron cuatro aviones de pasajeros para realizar una serie de atentados que cambiaron el rumbo de la historia.
Los ataques provocaron la muerte de 2977 personas, más de 25 000 heridos y consecuencias sustanciales para la salud a largo plazo.
Junto al dolor por la pérdida de miles de vidas, cada aniversario renueva la incredulidad sobre los sucesos que sacudieron la historia de las relaciones internacionales. Aquel comienzo de milenio iba a marcar por décadas el diseño de la política exterior de las naciones.
Pablo Wehbe, Doctor en Relaciones Internacionales, analista de política internacional, docente de carreras de grado y posgrado con paso por Santa Fe, donde hace algunos años estuvo a cargo del seminario "Conflictos Mundiales" en la maestría de la Universidad Católica, brindó su análisis para LT9 sobre los históricos atentados, cuyos efectos aún perduran a nivel geopolítico.
El análisis se debe centrar en un cambio de paradigma que atravesaba la política exterior estadounidense en septiembre de 2001. Años antes, con la caída de la U.R.S.S. se había extendido la idea de un mundo unipolar con EE.UU. visto como la única potencia gendarme del mundo.
Con la llegada de Bill Clinton a la presidencia (con un primer período entre 1993 y 1997), su gobierno concibió al movimiento talibán como funcional a algunos intereses estadounidenses, aunque sin llegar a considerarlo como un aliado. Cabe recordar que los talibán habían derrotado a la Unión Soviética en Afganistán, eran también una molestia para la república islámica de Irán y del mismo modo, para Pakistán, donde se gestaban muchas de las acciones terroristas que tenían como objetivo principal a Cachemira.
Para el segundo mandato del líder demócrata (1997-2001), la mirada hacia los talibán giró luego de que adjudicasen un gasoducto afgano a una empresa argentina en detrimento de la Texaco. Entonces, EE.UU. empezó a ver en el talibán a un enemigo, poniendo la mirada en un grupo desconocido hasta ese momento; Al Qaeda, con el cual inicia una tarea de inteligencia enfocada en la región de Tora Bora que separa Afganistán de Pakistán. Tras una serie de atentados atribuidos a Al Qaeda, Clinton ordenó ataques contra supuestos objetivos talibán en Sudán y en Afganistán.
Se sabía que Osama Ben Laden comenzaba a financiar a una parte del movimiento talibán, y que por esa razón es recibido como huésped en Afganistán, en un contexto internacional marcado por nuevos atentados contra objetivos estadounidenses en Tanzania y Yemen. En esa escalada, Estados Unidos advierte sobre el riesgo de ataques terroristas a todas sus representaciones ubicadas en el exterior, nunca imaginando un hecho de esas características en su propio territorio. El terrorismo no busca solamente generar miedo, sino también crear un estado de inseguridad, que obligue al Estado a restringir libertades con el cometido de ir cortando una relación de confianza entre el Estado y la sociedad.
Más allá de algunas teorías conspirativas, el 11-S tuvo lugar por varias cuestiones. En primer lugar por la falsa idea de que un atentado terrorista de magnitud nunca iba a cometerse en el país, y en segundo lugar, porque se pusieron en evidencia las malas relaciones entre la CIA y el FBI que se restringían mutuamente la información que eventualmente pudiera haber desbaratado un plan de ataque. En el caso del FBI, se contaba con documentación sobre sospechosos cursos de pilotos de avión tomados por saudíes en Miami, mientras que la CIA contaba con datos sobre un frustrado atentado en el extremo oriente en un plan en el que aparecieron vinculaciones con Al Qaeda y con aquellos saudíes que tomaban cursos en escuelas de vuelo estadounidenses. En cierto sentido, EE.UU. estaba con la guardia baja en su territorio.
Los atentados subieron a la máxima escala la posición intervencionista y pro-guerrera de EE.U.U., en un proceso donde el primer paso iba a ser atacar Afganistán y el segundo, atacar Irak. Bush basó el lanzamiento de la guerra en sendos países en la idea de evitar que terroristas vuelvan a cometer hechos similares contra EE.UU. o contra cualquiera de sus aliados. Esa doctrina queda resumida en su famoso discurso ante el Congreso, cuando pronunció su famosa frase o están con nosotros, o están en nuestra contra. A partir de allí, el mundo ingresa en una etapa de absoluta inseguridad, en un nuevo escenario en el cual los distintos estados comenzaron a abordar de diferentes maneras el problema de la amenaza terrorista. A varios países les convino la llamada guerra contra el terror, como en el caso de la federación rusa que vio blanqueada la posibilidad de reprimir violentamente a los musulmanes del sur de esa federación, como por ejemplo en Chechenia, o el caso de China que reprimió con virulencia las manifestaciones musulmanes en Sinkiang, y Cachemira, con la fuerte represión a la minoría musulmana. Con el paso del tiempo, estos efectos siguieron vigentes, y a la de George Bush hijo, siguió la presidencia de Barak Obama que no fue un pacifista a pesar de haber ganado el Nobel de la Paz. Ya en la actualidad, tenemos a un EE.UU. con una política exterior contradictoria para el ideario demócrata, frente a los sucesos en Ucrania, donde occidente no entiende de necesidades de seguridad de la federación rusa, y una Rusia que subestimó la respuesta de occidente ante la invasión a territorio ucraniano.
Los dos partidos coinciden obviamente en la condena al terrorismo. En el caso de los republicanos, se insiste en controlar a los estados que podrían ser padrinos del terrorismo. De hecho Donald Trump ha dicho que si él hubiese sido presidente en el actual período, Rusia no habría atacado Ucrania, y no se hubiesen desencadenado los sucesos en la Franja de Gaza porque él hubiese aplicado una fuerte presión a los estados que financian y arman a Hamás. Por el lado de los demócratas, aún se sostienen las críticas sobre una mano blanda y falta de reacción previa al 11-S frente a informes de inteligencia sobre riesgo concreto de atentados por parte de Al Qaeda.
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