“Yo nunca me vi como un ejemplo. Hice lo que tenía que hacer, que era estudiar. Siempre el estudio me llevó para un lado muy hermoso, de libertad, de paz. Iba al colegio todos los días, aunque tenía que caminar mucho, pero hacía eso con alegría y estaba contenta de ir a la escuela”. Así recuerda, hoy, Yohana Mercado (23) lo que fueron sus minutos de fama cuando su historia se multiplicó en los diarios y la televisión hace más de una década. Por entonces, era una nena de 12 años que dormía debajo del puente Maipú, en la ciudad de Córdoba, y era escolta de la Bandera en la escuela Grecia, en barrio San Vicente. Yohana, sus padres y sus tres hermanas –una de ellas, discapacitada– malvivían a la orilla del Suquía.
“Entonces yo no tomaba dimensión de lo que mi historia generaba en los otros. Lo vivía de una manera rara; no sabía bien qué decir”, cuenta la Yohana de hoy, una joven con los mismos ojos luminosos e intensos de 12 años atrás, futura mamá, estudiante de Abogacía en la Universidad Nacional de Córdoba y empleada de Tribunales. La suya es una de aquellas historias que confirman que es posible desafiar un destino que puede parecer marcado.
Yohana cuenta sus dramas de infancia como una experiencia más de vida. Recuerda el temor de no saber si amanecerían al día siguiente porque la crecida del río les podía arrebatar la existencia o las paupérrimas pertenencias con las que subsistía la familia. La pobreza extrema, y los sucesivos desalojos, los habían expulsado a ese espacio hostil y peligroso, donde los Mercado improvisaron un hogar. Por entonces, el padre se ganaba la vida como lustrabotas.
Para ir al colegio, Yohana caminaba 30 cuadras de ida y 30 de vuelta cada día, con dos zapatillas del mismo pie y los útiles en una bolsa de plástico. Cuando llovía se sacaba el calzado para protegerlo de la lluvia. Llegaba impecable a la escuela, con el pelo negro siempre brillante, lavado en el agua fría del río. Hacía la tarea sobre un cajón de manzanas y sus maestras no sospechaban que dormía a la intemperie.
Cuando Yohana apareció en la portada del diario como un ejemplo de esfuerzo y abnegación, ella no pedía nada. Sólo repetía que estudiaría mucho para ser abogada del fuero de Familia para defender a personas como su madre, víctimas de la miseria. Su mamá había perdido un embarazo por presunta mala praxis y ella ya intuía que muchas mujeres solas, sin educación ni recursos, necesitaban ayuda.
La historia era tan conmovedora que, a poco de conocerse, el puente Maipú se llenó de obsequios y hasta el entonces gobernador José Manuel De la Sota, le regaló una casa en barrio 16 de Abril, días antes de la Nochebuena de 2006.
Sentada en la cantina de la Facultad de Derecho, donde cursa primer año, con un embarazo de casi seis meses que la hace lucir hermosa, Yohana sonríe cuando se le pregunta qué pasó desde la época en que vivía debajo del puente hasta ahora.
“Uh… muchas cosas. A nivel familiar he vivido varios cambios. Me he tenido que hacer cargo de mis hermanas durante mucho tiempo porque mi papá está en prisión y mi mamá es una persona a la que no se le puede exigir mucho. En lo familiar tuve que continuar sola, pero siempre he tenido mucha gente que me ha ayudado a que no se me haga tan pesado”, cuenta.
Hace un respiro, y continúa: “Siempre, con mis objetivos bien fijos. Quiero ser abogada. Y aún sostengo que el estudio es lo único que me da paz y me da libertad. En cuanto a lo laboral conseguí un lugar en Tribunales, en ujieres. Hace dos años. Lo académico es mi salida a muchas cosas y también es mi llegada. Así encontré este trabajo”.
La joven asegura que le cuesta darse cuenta del esfuerzo que hace para seguir adelante. “Lo vivo como algo que tengo que hacer. Me cuesta asumir que llegué acá. Ver cuánto me costó. Sé que es algo que quise, lo hice y listo. Pero cuando veo alguna nota que me hicieron... ¡ay! no puedo creer que sea yo; que haya estado en esa situación y ahora esté en la otra”.
Con su papá en la cárcel y su mamá ausente, Yohana pasó su adolescencia con una familia sustituta. Se hizo cargo de sus hermanas: dos de ellas, actualmente, institucionalizadas. Asistió como becada a un colegio privado, con la ayuda de un padrinazgo del Fondo de Becas para Estudiantes (Fonbec) y gracias a su empeño por salir adelante.
“Creo que he sabido tomar las oportunidades que se me han ido presentando porque es difícil darse cuenta de que necesitás salir adelante y de que vas a triunfar. O que vas a alcanzar tus objetivos. Muchas veces pienso que he sido iluminada porque he podido darme cuenta de que esas oportunidades eran para mí. Y que si seguía en el camino me iba a ir bien”, dice.
–¿Cómo recordás aquella época de tu infancia?
–Recuerdo que la sufrí mucho. Pero también la recuerdo como una época donde, estudiando, encontraba mucha paz y por eso estaba a salvo. No era una época para estar tranquila porque vivíamos debajo de un puente, no sabíamos qué iba a pasar al otro día. Si nos inundábamos… Nos podría haber llevado el río un día amaneciendo. Me recuerdo como en un estado de tranquilidad y armonía, como muy segura de que iba a salir de esa situación.
De la escuela Grecia recuerda el compañerismo y a sus maestras. “Me acuerdo de que mi amiga Andrea me prestó el pantalón para que yo saliera antes de que me entregaran la Bandera; mi pantalón estaba sucio porque vivíamos abajo del puente y me prestó las zapatillas y ella se quedó con el sucio. Me acuerdo, pobre...” se ríe.
La casa que recibió del Gobierno fue su hogar por poco tiempo. La familia permutó la casa y, luego, tras penosas circunstancias, la Justicia le quitó a sus padres la patria potestad de sus hijas.
“Fue un momento como para sumarlo a la lista de cosas vividas. No pude disfrutar mucho tiempo mi casa. Me parece que yo llegué a mi familia como para romper varias cosas... Mis padres me exigían mucho, no me podía equivocar. Eso que me han dado, que es la nada, yo lo he tomado para ver qué hacer. Por algo estuve en esa familia, es mi familia”, piensa.
Cuando mira para atrás, Yohana siente como si hubiera vivido varias vidas. “Lo importante es seguir. Yo he seguido a pesar de todo”, sostiene. Trabajó en un call center y, luego, en varios bares como moza hasta que entró en Tribunales.
“A mi mamá la veo a veces, con mi papá hablamos sólo por teléfono. Él está en prisión. Lo fui a ver. Fue un momento fuerte porque ocurrió después de no sé cuantos años que no lo veía. Yo siempre he tratado de no guardar rencor en mi corazón porque creo que el rencor lo único que hace es endurecerte más. Necesitaba hablar con él. Me hizo bien”, cuenta.
–¿Qué tipo de madre querés ser?
–No quisiera repetir mi historia, aunque a mis padres no los juzgo porque me han dado lo que han podido dar y yo lo acepté. No tengo mucha moral para juzgarlos y hoy gracias a ellos soy, con lo malo y lo bueno, la persona que soy y así he podido dar el ejemplo a mis hermanas. La de 15 estudia y trabaja, como yo cuando tenía 15. A todas les va muy bien en el colegio. Gaby, que tiene retraso mental, consiguió una beca por las buenas calificaciones.
Yohana quiere transmitirle a su hijo el valor del estudio porque cree, y sabe, que los libros pueden salvar vidas.
“Quisiera que no se le corte nunca su creatividad, mandarlo a una escuela tipo Waldorf. Me gustaría ser una madre muy compañera”, subraya Yohana.
Fuente: La Voz