Las últimas medidas del gobierno provincial para acentuar las restricciones a las actividades y reducir aún más la circulación de personas, con el obvio objetivo coyuntural de escapar al dramático colapso del sistema sanitario, trae implícita una meta más estructural: construir un puente sobre la peste para llegar a la orilla tan preciada de tener a toda la población de riesgo vacunada.

“Esto cambiará el curso de la segunda ola de la pandemia en Argentina”, dijo la ministra de Salud de la Nación, Carla Vizzotti, al anunciar que finalmente, luego de meses de demora, empezarán a fluir en nuestro país las vacunas adquiridas a AstraZéneca, una de las grandes apuestas en la materia junto con la rusa Sputnik. El martes próximo llega el primer lote y se esperan 4 millones antes de que termine mayo.

La considerable aceleración en el proceso vacunatorio que se prevé para las próximas semanas ilumina un horizonte de inmunización masiva en un relativo corto plazo. Pero en el medio, la pandemia azota con crueldad inédita, acumula cadáveres y el espanto de la administración de vidas y muertes en hospitales y sanatorios ya es un hecho.

El gobernador, en consecuencia, encara el único sendero disponible: restricciones y cierres. Claro que en un contexto ciertamente distinto al del inicio de la cuarentena de 2020. Desde lo social, por supuesto, con comerciantes, empresarios y trabajadores agobiados por la crisis del coronavirus sumada a la debacle económica de los últimos dos años de macrismo. Con padres y madres que desean y exigen que sus hijos vayan a la escuela, ya sea por razones estrictamente educativas como de organización familiar y laboral. Pero también con amplias franjas de la oposición política en Nación y Provincia, con modos más o menos rudos, boicoteando abiertamente la política sanitaria.

Y en ese sentido es necesario ser claros. No se trata sólo de figuras con ribetes grotescos como Patricia Bullrich: hay dirigentes y portavoces opositores, no necesariamente adscriptos a la derecha radicalizada, que cotidianamente, aquí mismo, en la provincia de Santa Fe, pretenden medrar con el hastío popular.

Está ausente en este caso la moda de golpearse el pecho por las rispideces de la política. De hecho, bienvenidas sean. El debate a fondo, intenso y duro no puede más que reivindicarse, si se entiende que la confrontación, así como el consenso, son componentes necesarios de una democracia plena. Claro que apostar a la muerte escapa largamente a esos postulados.

El puente antipático pero imprescindible de las restricciones está en construcción permanente, no sin lógicas dudas, contradicciones, marchas y contramarchas. La tentación mezquina de dinamitar esa salvaguarda contra la peste puede ocasionar daños considerables a los gobiernos de Alberto Fernández y Omar Perotti. Pero cuidado: el fuego de los incendios sociales no suele distinguir a quién quema.