La aguda crisis política que vive el oficialismo nacional, con repercusiones diversas y dispares en los peronismos de todo el país, se muestra cotidianamente en modo de telenovela siestera, en la cual cada capítulo viene cargado de amores y odios tan inestables como furiosos, cuyos protagonistas principales suelen ser caracterizados como buenos de buena bondad y malos de toda maldad. Todo ello con un elenco secundario de lealtades variables, según el tramo del culebrón. Y con una teleaudiencia que observa impávida las peripecias que desde la pantalla se proponen.
En consecuencia, la pelea entre los dos máximos referentes del Frente de Todos, el presidente y la vice, se analiza bajo ese prisma. Las opiniones y las descalificaciones, casi todas hacia ella, tienen así un enfoque siempre temperamental y a veces psiquiátrico: soberbia, ególatra, loca. Y sobre todo, mala. Mala persona.
No es ninguna novedad, al fin y al cabo. Desde hace añares, la lluvia ácida que se vierte desde los más variados segmentos del heterogéneo arco antikirchnerista, ya sea en su modalidad política, económica, mediática o judicial pretende quitarle entidad política a quien hoy, pese a todo ello, conserva individualmente el mayor caudal electoral de la Argentina.
Y es este último punto el que primero se debe atender para buscar las razones de fondo para el “ataque” de Cristina Fernández de Kirchner contra el gobierno de Alberto Fernández, en particular a su política económica: quien pone en riesgo la porción más importante de los votantes que desalojaron a Mauricio Macri de la Casa Rosada es ella. Perder de vista esta premisa central induce a diagnósticos fallidos.
Es por eso que las “embestidas” de la vicepresidenta, ya sea a través de sus voceros informales o de ella misma, adquieren un carácter de autodefensa. El planteo estructural está a la vista de quien quiera verlo: si en 2021, con un crecimiento económico del 10%, tarifas y dólar anclados, aumento del empleo y una inflación alta pero menor a la actual, el oficialismo perdió las elecciones por 10 puntos nacionales, ¿qué es lo que hace pensar que 2023 el resultado sería distinto, con variables sustancialmente peores? Para contestar ese interrogante no hace falta consultar encuestas.
Entonces, ante la ausencia de un cambio de rumbo en la materia, pese a los múltiples y visibles intentos, el camino que escoge CFK es presionar a fondo para que ese giro se concrete a la fuerza o dejar en claro su disidencia para hacer control de daños sobre su capital político. Ahí está el carozo del asunto. El culebrón diario de la política es apenas la erupción del volcán.
Y aquí también está buena parte de la explicación para el intenso cuestionamiento al gobierno nacional de Omar Perotti en su discurso del domingo pasado a las cámaras legislativas. Importan los reclamos por las asimetrías en subsidios, tarifas y fuerzas federales, desde ya. Pero el hecho de que se hayan hecho públicos con inédita potencia tiene una razón que se espeja en la posición de Cristina: más allá de los problemas de gestión local, hoy quedar adherido acríticamente a la Casa Rosada deteriora aún más la base propia. En una provincia como Santa Fe, además, integrante de la geografía central del país, la famosa franja amarilla de la camiseta de Boca que se puso la Argentina en 2019.
Por supuesto que los egos individuales y los enojos personales también juegan su partida. La política es, al fin y al cabo, profundamente humana. Pero limitar la mirada a ese enfoque, o tratarlo simplemente de una disputa palaciega, equivale a pensar que Grecia Colmenares era efectivamente Topacio.
*El autor del artículo es periodista y se desempeña como columnista en diferentes medios.