No es ninguna novedad que el sistema político argentino es cristinocéntrico. Cada acción, palabra o posteo en redes sociales electriza a la agenda y constituye un revulsivo que impide la indiferencia, ya sea en la adhesión o en el rechazo. Como no se trata de matemáticas, cualquier movida de la Vicepresidenta, en no pocas ocasiones, estresa a la tropa propia, como ocurrió con el discurso de cierre del plenario de la CTA realizado el lunes en Avellaneda.
El primer argumento para entender sus dichos provienen de sus propias explícitas consideraciones. El proceso kirchnerista, durante 12 años, generó millones de puestos de trabajo. Ese es un dato de la realidad. Y los programas sociales, si bien fueron robustos, concluyeron en 2015 con alrededor de 250 mil beneficiarios, que en el gobierno de Mauricio Macri se triplicaron y en la actualidad ascienden 1 millón 300 mil. Se podrá señalar que existieron otras políticas, como la AUH o las moratorias jubilatorias, que habilitaría a encuadrarse en esa categoría, pero al evitar la intermediación bien les cabe el calificativo de nuevos derechos.
Esa razón hace carambola con la actual percepción social de programas de asistencia. Una encuesta nacional de la consultora Zubán Córdoba & Asociados revela que un 70% de los interrogados está convencido de que hay que ajustar el gasto estatal. Sin embargo, un 60% opina que se debe incrementar la inversión en obra pública y un 89% entiende que hay que subir el esfuerzo fiscal en educación. ¿Por dónde entonces pasaría la guillotina? Para el 63%, en “los planes”.
El tiro de billar de Cristina Fernández suma además otro golpe en términos estrictamente políticos. Alinea detrás suyo a gobernadores e intendentes, especialmente estos últimos de su territorio, el conurbano bonaerense, deseosos de intervenir en la distribución de los programas sociales. Por el manejo de las efectividades conducentes, claro, pero también porque es una forma de llegada directa al electorado socioeconómicamente más vulnerable. Cuando la vice habla de que el Estado debe cesar con la tercerización de la ayuda, está pensando en quienes lo conducen.
La bola blanca sigue su recorrido e impacta en los propios movimientos sociales, varios de ellos de base fervorosamente kirchnerista pero cuya conducción es anticristinista en igual intensidad. El Movimiento Evita, con Emilio Pérsico y Fernando Chino Navarro, es ejemplo claro de ello. Pero además, esa poderosa organización ya desafía en variados territorios al peronismo tradicional y a las propias huestes de Cristina. El lanzamiento a intendenta de La Matanza de Patricia Cubría, dirigenta evitista y pareja de Pérsico, es una ejemplo decisivo.
Claro que, a pesar de la creencia generalizada, el manejo de “los planes” no equivale a caudal electoral. Lo pueden decir con certeza los propios referentes del movimiento social aludido, que en 2017 pusieron todas sus fichas en la candidatura bonaerense de Florencio Randazzo y fueron arrasados por un aluvión de votos a CFK. Que perdió la elección general pero triunfó claramente en esa suerte de interna abierta, bajo la bandera de Unidad Ciudadana.
Lo saben muy bien de igual modo los intendentes de la provincia de Buenos Aires, varios de los cuales coquetearon con el fin de ciclo kirchnerista en 2016 para terminar formando parte el año siguiente del collar de respaldos a la ex presidenta. Es que si la enfrentaban, podían perder en sus propios distritos. El miedo no es zonzo, menos aún en política. El mismo criterio aplica a los gobernadores peronistas en 2019.
Ese patrimonio difícil de exagerar, el de ser la dueña de millones de votos, es el que está haciendo valer Cristina. La bola de demolición empezó a golpear una y otra vez con fiereza sobre los directores de los movimientos sociales que la confrontan, hoy alineados con Alberto Fernández más por oposición que por convicción. El objetivo final de la vice, ya sea por capitulación global o por cooptación de líneas internas, cuadros medios o lisa y llanamente las bases, no parece ser imposibles. Aunque eso traiga consigo tensiones que desesperan a referentes y militantes de su espacio e incluso contradicciones en integrantes de organizaciones populares kirchneristas, que las hay y en una cantidad no despreciable.
Nada que quiebre los nervios de acero de una dirigente de excepción, más allá de amores y odios. Como dijo el senador y humorista Luis Juez: estos pingüinos andan en camiseta en la Antártida.
*El autor del artículo es periodista y se desempeña como columnista en diferentes medios.